Sonora ha cerrado el año con un aumento alarmante en la violencia, exacerbada por los conflictos internos entre distintas células del narcotráfico. Esta situación ha llevado a un clima de tensión y peligro, particularmente en el norte del estado, donde las disputas por el control de las rutas de tráfico de drogas y personas se han intensificado. En Cajeme, por ejemplo, la violencia no solo se mantuvo sino que se agravó, marcada por masacres y momentos de terror en varios municipios.
Las fuerzas federales, superadas por la situación, han tenido dificultades para contener las acciones de los grupos criminales. Un ejemplo de esta escalada de violencia fue un enfrentamiento entre dos células rivales cerca del kilómetro 80 de la carretera federal 15, entre Trincheras y Santa Ana, que resultó en heridos, incluyendo menores. Estos incidentes evidencian que, en las carreteras y espacios abiertos de la región, el crimen organizado actúa con impunidad, poniendo en riesgo a los viajeros.
Informes especializados señalan que los puntos clave de esta disputa en el norte de Sonora incluyen las fronteras de San Luis Río Colorado, Nogales, Sonoyta y Agua Prieta, así como localidades como Sásabe y Naco. La necesidad de controlar municipios y territorios intermedios para el tráfico de drogas y personas ha exacerbado los enfrentamientos entre los grupos criminales, extendiendo la violencia a otras áreas como Caborca, Pitiquito, Altar, Oquitoa, Atil y Tubutama.
El origen de este conflicto se atribuye a la confrontación entre el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Caborca. Tras el debilitamiento de este último, el problema evolucionó hacia conflictos internos dentro del Cártel de Sinaloa, especialmente después de la ruptura entre los hijos de Joaquín “Chapo” Guzmán Loera e Ismael “Mayo” Zambada. En Sonora, la disputa se centra en cuatro grupos que responden a estos líderes, involucrados en el tráfico de drogas y personas, así como en el tráfico de especies animales, armas y precursores químicos.