“Salvatierra, pueblo trágico” gritaba la gente que marchó para exigir justicia y condenar el asesinato de 11 jóvenes que asistieron a una posada y fueron masacrados hace exactamente una semana. La Plaza de la Constitución, el Templo de las Capuchinas, el de San Francisco de Asís, el del Carmen y el de la Señora de la Luz que son presumidos como sus principales atractivos turísticos de pueblo mágico, se convirtieron en escenarios de luto.
“¿De qué sirve que nuestros hijos estudien y se esfuercen si una bola de cabrones decide que puede acabar con sus vidas nomás por sus huevos?”, me dijo uno de los papás de las víctimas sobrevivientes con quien hablé para esta columna, pero que por obvias razones solicitó el anonimato.
Quienes tuvieron la fortuna de salir vivos e ilesos no quieren platicar. “Están atormentados y afectados”, me dice el alcalde panista Germán Cervantes. Es lógico. Escucharon 195 tiros que salieron de, al menos, siete armas para matar indiscriminadamente a sus amigos y conocidos.
“Nunca había sentido a la comunidad así, nunca había visto este nivel de dolor en el pueblo”, me asegura uno de los principales sacerdotes de Salvatierra. Él también prefiere permanecer en el anonimato porque como todos los demás tampoco se siente seguro. “Hay veces que nosotros como curas tenemos más información que las propias autoridades y eso nos pone en peligro. Aquí uno escucha de todo, desde el desconsuelo de las familias hasta el arrepentimiento de los criminales”.
Algunos de los sobrevivientes han ido a distintas iglesias a solicitar la bendición. Llorando relatan lo que vivieron y confirman la versión oficial: estaban en una fiesta cuando un grupo de hombres quiso entrar. Como no los dejaron, regresaron a matar. Los jóvenes cuentan cómo se escondieron en la estructura de la exhacienda. Otros salieron pecho tierra por los campos de cultivo de maíz que la rodean. Los sacerdotes la conocen muy bien porque también ellos la utilizan para organizar retiros espirituales. Ahora quedó marcada por la tragedia.
Lo de Salvatierra no es nuevo. Quienes viven ahí cuentan que son comunes, sobre todo en las áreas de la periferia, los ataques a tiros contra jóvenes que se reúnen en esquinas. Otros le atribuyen la violencia al escenario político, a que a alguien le conviene calentarle la plaza al gobernador panista Diego Sinhue de cara a la elección del próximo año. Esas versiones tendrían más fundamento si no todo el país fuera un hervidero.
Stent:
Esta semana mataron a tiros a Ricardo Taja, excandidato del PRI a la alcaldía de Acapulco, mientras cenaba en una pozolería. Cuentan que unos días antes un mafioso político que se cree dueño del estado, despotricaba contra él en reuniones, envalentonado por el alcohol.