En unas horas sabremos cómo concluirá el sainete en el que se ha metido (y ha metido al estado de Nuevo León) el gobernador y candidato, un rato cada cosa, Samuel García, que está empeñado en jugar simultáneamente ambos papeles.
Samuel García se comprometió, fue uno de sus lemas de campaña, a ser gobernador por seis años. Criticó acremente a su antecesor, Jaime Rodríguez, El Bronco, porque dejó ese cargo para irse como candidato presidencial. Se comprometió a que terminaría obras y proyectos, y que mejoraría la seguridad.
Su principal proyecto, El Cuchillo II, destinado a dotar de agua a Monterrey y la zona conurbada, se inauguró cuando era evidente que no estaba terminado. Ya está cerrado, precisamente, para poder terminarlo, y no tiene fecha de reapertura. Otro gran proyecto, la megafábrica de Tesla (en la que mucho tuvo que ver el esfuerzo de la entonces subsecretaria Martha Delgado y de los ingenieros del TEC de Monterrey que trabajan en la planta de Tesla en Austin) está en veremos, porque el “compadre” de García, el empresario Elon Musk, tiene el proyecto en pausa por la situación global. La seguridad del estado ha ido para peor e, incluso, municipios que siempre han sido los que mejores niveles de seguridad pública han tenido, como San Pedro Garza García, han comenzado a tener problemas y ajusticiamientos.
La relación política de García con los partidos en su estado es muy mala porque el gobernador no tiene mayoría en el Congreso y no ha hecho intento alguno por conformar mayorías de consenso. Al contrario, como lo está haciendo en su campaña, sus enemigos son el PRI y el PAN, y se ha metido en una lucha que, en el ámbito local, lo único que busca es quitarle facultades al Poder Legislativo y al Judicial para asumirlas él. Todo eso se pone de manifiesto en su intento de dejar en el gobierno del estado a quien García quiera, cuando, lamentablemente para él, la ley establece que eso lo decide el Congreso. En el camino no ha dudado en manosear la ley y las instituciones para lograr su objetivo.
En su incipiente campaña es obvio que su objetivo no es el presidente López Obrador ni Claudia Sheinbaum y ni siquiera Morena: sus enemigos son los partidos del Frente Amplio (que ahora, por alguna extraña razón, denominaron Fuerza y Corazón por México), Xóchitl Gálvez y todos los personajes que giren en torno a esa candidatura. En eso va de la mano con el presidente López Obrador, que fue quien impulsó su candidatura y ayer mismo seguía defendiéndolo.
En ese camino, como su promotor presidencial, Samuel no se ha ahorrado adjetivo alguno para sus rivales: se equivocó el expresidente Fox al calificar como dama de compañía a la esposa de Samuel, Mariana Rodríguez, pero el joven candidato había llenado de agravios, antes, al propio Fox y a muchos otros.
Puedo entender la lógica de Movimiento Ciudadano de tratar de convertirse en una suerte de tercera fuerza que lo transforme en el partido bisagra del futuro político nacional. Entiendo que tiene varios militantes con peso, historia y futuro, desde Luis Donaldo Colosio Riojas (que no está acompañando en esta aventura a Samuel García) hasta la recién incorporada Claudia Ruiz Massieu y muchos otros. Pero no veo a ninguno de ellos identificándose con el discurso de Samuel, que más que de joven parece porril y machista, menos con sus formas de hacer y entender el poder. Por cierto, el que Samuel quiera compararse con John F. Kennedy no tiene desperdicio.
En los hechos, lo que está haciendo la candidatura de Samuel García es realizar el trabajo sucio para la candidata Claudia Sheinbaum, que no tiene que apartarse de su camino y éste le es despejado por Samuel García, que es el que se encarga de frenar y quitarle votos a la candidatura de Xóchitl Gálvez. La pregunta es: ¿a cambio de qué?
El miércoles murió Henry Kissinger, otro personaje altamente controvertido, pero que fue, además, un académico, un polemista y, sobre todo, un diplomático fenomenal. Diseñó y fue responsable de buena parte de la diplomacia estadunidense en la segunda mitad del siglo XX.
Pensaba que en plena Guerra Fría había que replicar algo así como la paz de Metternich, basada en mantener las zonas de influencia de cada uno de los bloques mundiales, pero así también evitar revoluciones que desestabilizaran esas regiones. Como explica en el libro Diplomacia, se inspiraba en el canciller austriaco Clemente de Metternich, que ideó un sistema de alianzas entre Austria, Prusia, Rusia e Inglaterra para combatir el posible resurgimiento de Francia después de la Revolución Francesa. Fue esa alianza la que finalmente derrotó, por ejemplo, a Napoleón, porque el sistema también servía para que estas naciones se ayudaran mutuamente en caso de revoluciones o agitaciones sociales internas.
Eso quiso replicar Kissinger y por eso pudo negociar Vietnam, mejorar las relaciones con China y la URSS y, por el contrario, avalar las dictaduras de Chile, Argentina, Uruguay y otros regímenes totalitarios de América Latina y el mundo. Su más reciente libro, que realmente es muy bueno, se llama Liderazgo y fue publicado el año pasado, cuando tenía 99 años y seguía trabajando. Murió este miércoles, cuando ya había cumplido los cien años de edad.