El miércoles 13 la gobernadora de Quintana Roo se arrodilló ante el papa Francisco, forzó una sonrisa amplia, aparatosa, miró al Santo Padre con las cejas levantadas y puso en sus manos dos vagones de un tren de juguete.
Mara Lezama no llevó ese regalo para honrar al vicario de Cristo, sino para complacer al mesías de la secta destructora e intolerante a la que pertenece, cuya iglesia está a 10 mil 234 kilómetros de distancia de la Basílica de San Pedro.
Usó los conductos diplomáticos del gobierno mexicano para sorprender con un acto de propaganda política en la sala de audiencias de la Santa Sede.
Junto con la réplica del Tren Maya le entregó una carta del Presidente de México, días antes de la inauguración de una obra ferroviaria que ha costado la suma de 500 mil millones de pesos.
Qué falta de respeto pretender que el Papa bendijera unos vagones de réplica de ese monumento móvil al despilfarro, a la transa oculta con contratos turbios, y al ataque implacable contra la naturaleza y el medio ambiente llamado Tren Maya.
La gobernadora fue audaz y ofensiva con el Sumo Pontífice, pues lo trató como a un anciano que ya no entiende nada y lo único que quiere es merendar, dormir y que lo dejen en paz.
¿Qué pensaba Mara Lezama? ¿Con quién cree que estaba?
¿Que el Papa que adoptó el nombre de Francisco –el santo de la casa común– iba a bendecir ese símbolo de desprecio a la naturaleza, a la vida humana y animal?
¿O que se iba a llevar el trenecito para jugar en el piso de su habitación en Domus Santa Marta?
El papa Francisco es el autor de la encíclica Laudato Si (Alabado seas), una vigorosa toma de posición en defensa del medio ambiente, y llamado a afrontar los peligros y desafíos del cambio climático y reducir el uso de combustibles fósiles.
Fue la primera encíclica del Papa al cual Mara Lezama le llevó la imagen del tren del despilfarro y de la destrucción, que para uno solo de sus tramos, el cinco, hubo que talar ocho millones de árboles de la selva maya.
Sin cambio de uso de suelo se tendieron las vías del ferrocarril que iba a costar 150 mil millones de pesos y ya cuesta 500 mil millones.
En esa obra que la naturaleza tardó cientos de miles de años en realizar para que los seres vivos respiren, el mesías de la iglesia de Mara Lezama destruyó ecosistemas porque quería meter un tren impulsado por combustibles fósiles.
Para pasar ese tren por la selva, que funciona con diésel y habrá que subsidiarlo eternamente, se despojó de tierras a campesinos que no tendrán más beneficios que vender obleas de amaranto a los turistas por las ventanillas de los vagones.
A la zona de la devastación, de mil 554 kilómetros, acudió un grupo de 13 expertos de la ONU, y alertó sobre el peligro “de los derechos de los pueblos indígenas y del medio ambiente”.
El tren, cuya réplica puso la gobernadora de Quintana Roo en manos del Papa, destruyó ecosistemas y pone “en peligro uno de los dos mantos acuíferos más importantes que hay en México”, dijo hace casi un año, en entrevista con EL FINANCIERO, el hidrólogo Guillermo D’Christy, especialista en calidad de agua.
“Alabado seas, mi Señor, por la hermana agua,
la cual es muy humilde, y preciosa y casta…”.
Eso dice el Cántico de las criaturas, de San Francisco de Asís, con el que inicia la encíclica papal.
Arrodillada y con beatífica expresión, la gobernadora Lezama acercó los vagones del tren al obispo de Roma que, como primera tarea de su pontificado, en Laudato si, llamó a la cristiandad a:
“… desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una mayor eficiencia energética, a promover una gestión más adecuada de los recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable”.
También urgió a las organizaciones sociales:
“Se requiere una decisión política presionada por la población. La sociedad, a través de organismos no gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–, tampoco es posible un control de los daños ambientales”.
El tren cuya réplica llevó la gobernadora al Papa, autor de las líneas anteriores, se hizo a pesar de la valerosa presión de la sociedad organizada y científicos de manera individual, que quisieron defender la naturaleza de esa agresión.
Pasaron por encima de sentencias judiciales. De estudios de impacto ambiental que documentan el daño.
La ciudadanía no pudo controlar al gobierno y se impuso el poder político.
La gobernadora quedó bien con el mesías de su secta.
Y el sábado la vimos, sonriente y satisfecha, posar junto a él para la foto en la inauguración del Tren Maya.