Lo ocurrido en la inauguración del Centro de Rehabilitación e Inclusión Infantil Teletón en Tlapa, Guerrero, confirma el profundo cambio que ha sufrido el presidente López Obrador desde sus largos días de candidato a su nueva condición crecientemente crepuscular en el poder.
El López Obrador que decía que disfrutaba estar rodeado por el pueblo, hace ya tiempo que rehúye cualquier contacto que no esté plenamente controlado, incluso en sus oficinas: se puede tratar de la inauguración del CRIT o de visitar el Acapulco destruido por Otis, ir a lugares de tragedias naturales o estar con víctimas de violencia, caminar por aeropuertos o simplemente bajar la ventanilla de su camioneta en una gira.
Los argumentos siempre son los mismos: en el CRIT de Tlapa “había medios esperando a que me agredieran y humillaran”; no ha visitado a los damnificados por Otis porque lo pueden “agredir” y cuida “la investidura presidencial”; no recorre zonas afectadas por tragedias naturales o actos de violencia porque lo ve como “propaganda”. Se le ocurre ir a Acapulco horas después de Otis, para un show mediático por carretera, que lo deja varado en una cuneta y nunca llega a ver a la gente en el puerto; puede ir en forma extraña a Badiraguato por sexta vez en el sexenio, pero por cuidar “la investidura presidencial” no acepta recibir a víctimas, a las madres buscadoras, a la familia LeBarón, ni en su momento a la caravana por la paz que encabezaba Javier Sicilia. Vamos, ni siquiera fue a la entrega de la medalla Belisario Domínguez a la escritora Elena Poniatowska en el Senado de la República argumentando que había muchas agresiones y quería cuidar, otra vez, la investidura presidencial.
Desde que hace ya muchos meses, luego de que fue encarado en algunos vuelos comerciales, los dejó de utilizar (lo que no impidió que rifara inútilmente el avión presidencial hasta venderlo a un precio absurdo al gobierno de Tayikistán). Hoy se mueve en aviones militares que son prácticamente lo mismo, pero pintados de otro color. Los recorridos, como los de Acapulco, los hace en helicóptero, a muchos metros de altura, lejos de la gente. Cuando se acerca es en eventos absolutamente controlados.
El argumento que brindó para no ir a la inauguración del CRIT es, además, falso. No es verdad que los medios estaban esperando para verlo “humillado y agredido”: los medios estaban ahí para presenciar la inauguración del Centro Teletón, como siempre ocurre; los que llegaron fueron los maestros de la Coordinadora (CETEG en Guerrero), los mismos que tanto celebró durante décadas López Obrador cuando tomaban ciudades, incendiaban Chilpancingo, Oaxaca, Iguala o la Ciudad de México, los que lo acompañaron en el plantón de 2006 y en muchas otras ocasiones, los que se opusieron a la reforma educativa y a los que su gobierno les ha concedido de todo, incluyendo buena parte de los programas educativos.
Todos sabemos que la agenda de la CETEG y la Coordinadora es una sola: la suya propia y se mueve por una extraña (no tanto) mezcla de ideologismo y dinero. Pero esos son los mismos monstruos que durante años se alimentaron desde el lopezobradorismo y que sirvieron para atacar a sus antecesores.
Esa insensibilidad ha llevado al presidente López Obrador a ignorar hechos terribles. Estaba en Guerrero y no dijo ni una palabra sobre el secuestro de tres periodistas en Taxco (liberados por sus secuestradores, aunque el hijo de uno de ellos sigue desaparecido) como no lo suele hacer en casi ningún caso de violencia. Ante los desaparecidos su mayor esfuerzo es reinventar el censo que hacía Gobernación para demostrar que hay menos de los que están denunciados.
E insisto, es el reflejo de la lejanía de ese hombre cada día más aislado y solo que vive en Palacio Nacional, encerrado en su propia burbuja y rodeado de una corte. Su rechazo constante a eventos tan significativos, incluso a nivel global, como la Feria Internacional del Libro de Guadalajara es otra demostración de ello: es una tontería asegurar que la FIL es un “cónclave conservador” entre las muchas descalificaciones que le ha hecho el Presidente a la feria.
Es la feria literaria más grande del mundo, junto con la de Frankfurt, es un desfile de miles de autores de todo el mundo, con cerca de 650 presentaciones de libros cada año en la que han participado escritores, académicos, políticos de absolutamente todas las ideologías y todos los países. La FIL es simplemente un orgullo para nuestro país.
López Obrador descalifica a la FIL porque tuvo diferencias con el fallecido creador de la misma, Raúl Padilla, exrector de la Universidad de Guadalajara, un hombre de izquierda, controvertido como otros, que fomentó en forma notable la cultura en muchos ámbitos. López Obrador y Padilla fueron alguna vez aliados, a veces adversarios, y nada más: descalificar por ello a la FIL es un acto de rencor personal y un crimen cultural de Estado.
Un crimen tan absurdo que una vez más obligó a la candidata de Morena, Claudia Sheinbaum, a cancelar sobre la hora la participación que iba a tener en la FIL el día de ayer. Vaya daño que el Presidente, una vez más, le hace a su candidata, a la que no le deja tener perfil propio, ni para designar candidatos y ni siquiera para presentar su libro en la FIL.