Otis fue un huracán peculiar en muchos sentidos. Fue el primero categoría 5 en golpear Guerrero –de hecho, es inusual que ese tipo de fenómenos en el Pacífico tenga tan alto poder de destrucción– y golpeó en la cara a toda una ciudad. No recuerdo ningún desastre natural que haya arrasado con toda una ciudad en México o el mundo, ni cuya devastación haya atravesado todas las capas sociales y económicas de una sociedad.
La destrucción se dio en los diferentes Acapulcos, el tradicional en el centro histórico, y el Dorado, donde millones de niños descubrimos lo que era el mar; el de la zona de Pie de la Cuesta, inolvidable por sus puestas de Sol tras visitar La Quebrada; Renacimiento, el primer gran intento por desarrollar lejos del océano la ciudad; Punta Diamante, el de más reciente creación, y las zonas rurales del municipio. Todos fueron víctimas del huracán; todos quedaron damnificados.
Otis vino a poner una losa sobre una ciudad que lleva años deprimida. La violencia y la inseguridad fueron alejando a los turistas, y las grandes cadenas hoteleras empezaron a mudarse de Acapulco en 2006. La vida nocturna cambió de perfil, y de niveles de consumo y gasto. Los intentos de los amantes de Acapulco por levantar al destino turístico, que por décadas fue la imagen de México en el mundo, enfrentaron la amenaza permanente del narcotráfico que a todos asustaba.
La caída de la derrama económica en el puerto agudizó la pobreza en Acapulco. Durante años, la prensa mostró las contradicciones sociales que había y la desigualdad rampante que se multiplicaba. En diciembre de 2021, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social reveló que Acapulco era el municipio con mayor pobreza extrema en el país, y que casi 130 mil de sus habitantes vivían entre el escurrimiento de las aguas negras, sin calles y sin agua potable o cualquier otro servicio público básico.
Muy enfermo estaba Acapulco cuando llegó Otis, este monstruoso huracán que, quizá, le ha dado el tiro de gracia. ¿Podrá reconstruirse? ¿Será viable como destino turístico? El gobierno y los empresarios empezaron muy entusiastas con la idea. No pueden hacer otra cosa ni mostrar otra cara. Prácticamente 100 por ciento de la actividad económica del puerto quedó afectada, según el Consejo de Cámaras Industriales y Empresariales del estado, y el turismo, que es el motor de la vida de decenas de miles acapulqueños, tuvo pérdidas totales de 80 por ciento. El 100 por ciento de las casas y los edificios en la ciudad resultó dañado, estimó la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción.
¿Cuánto costará poner de pie a Guerrero? La consultora Enki Research estimó, de manera preliminar, que las pérdidas oscilarán entre 10 mil y 15 mil millones de dólares, a lo que se sumarán otras adicionales, por las convenciones que se suspendieron –como la minera la semana pasada– o cancelaron –como una de médicos que arrancaba hoy–, o por conciertos, que iniciaba esta semana con Hash, seguidas por Gloria Trevi, Pandora y, a finales de diciembre, Luis Miguel, que es el único que aún no cancela. Otros cálculos ubican las pérdidas directas entre 8 mil y 9 mil millones de dólares, mientras que las indirectas podrán ser de cinco a diez veces más esa cantidad.
Esas sumas hacen palidecer las pérdidas por el huracán Wilma, que en 2005 barrió con las playas de Cancún, cuya reconstrucción se llevó 2 mil 675 millones de dólares, o de Odile, que azotó Los Cabos en 2014, con pérdidas por mil 450 millones. Otis son palabras mayores, y los seguros no podrán cubrir las pérdidas. De los seguros de catástrofes (los llamados catbonds) difícilmente podrán recuperarse 60 millones de dólares, y el resto de los seguros servirá sólo a una minoría, que está cubierta.
Un informe de la Asociación Mexicana de Instituciones de Seguros señala que hay 16 mil inmuebles y 20 mil vehículos asegurados en Acapulco. Sin embargo, no todos ellos están protegidos contra fenómenos como Otis. La Comisión Nacional de Seguros y Fianzas indicó que únicamente 7 mil 128 unidades en Guerrero –incluido Acapulco– cuentan con seguros contra huracanes, mientras que apenas 38 mil 254 vehículos, de un millón 447 mil, están cubiertos.
El gobierno y las cúpulas empresariales han tenido reuniones para elaborar un plan para reconstruir Acapulco. El gobierno hará lo que pueda, que no será mucho, porque no tiene presupuesto para nada significativo que no sean los megaproyectos presidenciales, y es dudosa una reasignación del Tren Maya o Dos Bocas para Acapulco. Con los empresarios no existe ninguna expectativa. Lo mismo comprometieron cuando los sismos en 2017 y las cúpulas sólo juntaron 3 millones de pesos. El único que hizo un esfuerzo real fue Carlos Slim, cuyas empresas aportaron 2 mil 500 millones de pesos y recaudaron, mediante Telmex, otra suma similar.
La prioridad del gobierno serán los 800 mil acapulqueños que viven principalmente del turismo y el comercio, y enfatizará en la ayuda al pequeño y mediano comercio. Si bien es atinado en ir por los más desprotegidos, no alcanzará para generar la calidad de empleo que compense las pérdidas en el turismo y cuyo microcosmos se encuentra en Punta Diamante. Hoy, esa zona, describió ayer Isaac Flores, corresponsal de Nmás, “es un pueblo fantasma”.
Más allá de los grandes hoteles, allí había una población flotante cuyas propiedades quedaron destruidas. ¿Cuántas se habían liquidado? ¿Cuántas tenían hipotecas? ¿Cuántos pueden pagar la reconstrucción? ¿Cuántos esperarán a ver lo que haga el gobierno y los privados? Hay quien dice que si les ofrecen comprar su propiedad, recortarán sus pérdidas y la venderán. Otros esperarán para tomar su decisión. Punta Diamante era la gasolina de la actividad económica de Acapulco. Hoy parece película de terror, con construcciones emblemáticas, como el Hotel Princess y el estadio del Abierto de Tenis, que probablemente tengan que ser demolidas.
Otis no dejó soluciones claras ni decisiones fáciles. Las prioridades del gobierno son correctas, pero en el bien mayor hay un problema de largo plazo: la viabilidad de Acapulco como destino turístico.