No deja de asombrar la forma en que la elección de Javier Milei ha polarizado a muchos observadores y analistas en México y en América Latina, partiendo de premisas que son falsas y poniendo todo en un marco de blancos y negros, sin matiz alguno, que termina, como siempre, alejado de una realidad que está determinada por los grises.
Se equivoca el presidente López Obrador al defender incondicionalmente el gobierno de Alberto Fernández, Cristina Fernández y Sergio Massa, al tomar la elección como parte de su campaña política interna y descalificar a los electores con eso del autogol: no ser críticos con el desastre que han significado en los últimos años los gobiernos kirchneristas es absurdo, es un gobierno que deja el poder con una inflación de 140%, una devaluación incontrolable y con 40% de la población en la pobreza.
Se equivocan los expresidentes Fox y Calderón al apoyar públicamente a Milei, como lo han hecho muchos otros, olvidando que ese gobierno se acerca mucho más al totalitarismo de Vox que a un tradicional partido de centroderecha, más allá de la inevitable condena al kichnerismo. Se olvida, además, que en el entorno de Milei existen políticos moderados que provienen, en general, de otras fuerzas políticas, relacionadas con el expresidente Mauricio Macri, pero también personajes claramente ultraderechistas, como la vicepresidenta electa Victoria Villarruel y otros, participantes activos de la vertiente más dura de Vox.
Decir que Milei es un clásico liberal solamente por su política económica es como aceptar que también lo serían los de Vox, el húngaro Viktor Orbán o Jair Bolsonaro. Ser liberal implica mucho más. Se insiste en que Milei representa algo nuevo, una vuelta de tuerca, pero lo nuevo, en realidad, es ese dogmatismo ultraderechista en temas de derechos humanos, cambio climático, derechos humanos y de género, negación del aborto y negacionismo de la dictadura militar. Ésos eran acuerdos básicos que marcaron los últimos 40 años democráticos (aunque fuera con pésimos gobiernos) y que permitieron transiciones sin graves alteraciones políticas en Argentina.
La política económica de Milei, dejada atrás la grandilocuencia de la motosierra y la destrucción, no será muy diferente en temas monetarios, comercio o privatizaciones de la que aplicó en su momento Carlos Menem, con una estrategia que llamó de convertibilidad. Lo que va a hacer Milei ya se hizo: ajuste durísimo para detener la inflación, devaluación y paridad real con otras monedas (que, de inicio, detonará un proceso de estancamiento con inflación), algunas privatizaciones aceleradas para dar confianza a los mercados y, así, buscar cierta estabilidad. Es un volado: a Menem, después de unos meses de inicio durísimos, le salió bien por algunos años, pero, al final, sin otros cambios estructurales, se detonó una crisis que terminó de tirar a su sucesor, Fernando de la Rúa, y todo concluyó en el célebre corralito. Una de las consecuencias directas de esa crisis fue la llegada al poder de los Kirchner.
Otra de las enseñanzas que deberíamos tomar es la necesidad de una segunda vuelta. Somos prácticamente el único país de América Latina (o de las democracias occidentales, salvo EU y las que son estrictamente parlamentarias) que no tiene segunda vuelta. Es verdad que la misma distorsiona la realidad, pero también logra establecer mayorías en torno a un mandatario. Si no hubiera segunda vuelta, el presidente electo de Argentina sería Sergio Massa, que ganó la primera vuelta con 37% de los votos, contra poco más de 26% de Milei y con una tercera fuerza (que hasta hace unos pocos meses era la favorita para ganar las elecciones, Juntos por el Cambio) que se quedó con 24 por ciento. Con esos porcentajes, más otras fuerzas menores, se conformó el Congreso. Pero en la segunda vuelta el triunfo de Milei se explica porque se sumaron en su favor casi todos los votos de Juntos por el Cambio, lo que le permitió tener una amplia mayoría, pero sin reflejo legislativo, lo que lo obligará también a moderarse porque necesita acuerdos para sacar adelante parte de su programa (otras son medidas extravagantes e imposibles de implementar que usó como estrategia de campaña).
Llevando esta misma lógica a México, supongamos que vamos, como todo lo indica que así será, a las elecciones de junio próximo con tres candidaturas presidenciales y ninguna, como es muy posible, alcanza la mayoría absoluta. Sin segunda vuelta, quien sea la ganadora (supongo que Claudia o Xóchitl) sería, en automático, quien llegará a la Presidencia y, además, por un largo periodo de seis años. Con segunda vuelta, los electores no sólo votarían por quien consideraran el mejor en la primera, sino también pueden ejercer un voto de castigo respecto a quien consideren que es el más malo (lo que sucedió con Milei respecto al kirchnerismo) en la segunda.
Me gustan también, como hay en Argentina y en Uruguay, los procesos de elección interna obligatorios, que no sólo determinan por voto a los candidatos a los distintos cargos principales de elección popular en partidos o frentes, sino que también impiden que quienes se presentaron a esa elección por una lista puedan, si no son elegidos, hacerlo por otra. No evita del todo el chapulinismo, pero, por lo menos, le pone límites.
OTIS, UN MES
A un mes del huracán Otis, son buenas noticias para la gobernadora Evelyn Salgado que entre marzo y abril se organicen en el puerto la Convención Bancaria, el Tianguis Turístico, el Abierto de Tenis y, sobre todo, que los bancos y los empresarios decidan aportar recursos para la reconstrucción. Rescatar Acapulco debe ser un objetivo de todos.