Dice Jorge G. Castañeda que no hay foto de López Obrador en Acapulco pues, al igual que Trump en su momento, no quiere que se asocie su persona con las tragedias. A mí me parece que su psique opera más profundamente que eso. Obedece a razones intrínsecas personales. Para nuestro presidente, la catástrofe en Guerrero no existe.
Quisiera explicarme: Fue hace mucho, cuando era niña, que escuché por primera vez el siguiente enigma: “¿Hace ruido un árbol al caer si nadie está ahí para escucharlo?” Esta pregunta, por supuesto, tiene básicamente dos soluciones; una toma un enfoque filosófico, la otra uno científico. Pues bien, AMLO definitivamente opta por la primera.
Es simple: si él no ve el problema, este no existe. Y ausentarse del puerto grita este hecho.
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En ocasiones ha recurrido parcialmente a esto mismo presentando sus “otros datos”. Esgrimidos desde la palestra de la mañanera, nos hace ver que según él existe otra realidad; en ocasiones una donde todos los mexicanos viven felices y en paz, en la que la violencia disminuye y se vale manipular el número de desaparecidos. Otras veces de tintes monocromáticos: “estás conmigo o contra mí”.
Pero en esta ocasión, para lo que tiene que ver con la catástrofe que trajo Otis a México, el crear una realidad alterna ni siquiera es necesario. Basta negar los hechos estén ocurriendo.
“Si no escucho el árbol caer, este no se ha desplomado”. Esa es la lógica que parece seguir el inquilino de Palacio y, lo que es mejor para él —peor para los afectados—, le funciona.
De ahí su “no nos fue tan mal” y 61 mil millones de pesos son suficientes (o, un ¿para qué modificar el presupuesto de egresos federal 2024 que mandó a que su bancada legislativa aprobara?).
Así, para Andrés Manuel no se trata de que lo asocien o no con la catástrofe. No es cuestión de una foto enlodado o el escuchar los lamentos de los acapulqueños. Su actitud delata una convicción mucho más profunda y preocupante: lo que no ve ni escucha, no está.
Como tampoco se hallan los errores, las malas prácticas, el horror que trajo el covid a México.
Si ello quedara circunscrito a su psique, no estaría yo escribiendo este texto. Pero el asunto tiene implicaciones sobre otros:
¿Cómo hacerle frente a algo que no se dimensiona en sus propios términos, cuando no es una palmera la que se ha caído, sino cientos de miles?
¿Se han percatado ustedes que, a 10 días de que Otis tocó tierra, no existe un reporte oficial (ni federal ni estatal) que cuantifique —haga una relación al menos— de todos los estragos? Sin tener ese diagnóstico básico de datos, ¿cómo se hace una proyección de lo que Acapulco necesita y cómo se lleva a cabo una eficiente coordinación de esfuerzos? (El “censo” que levantan ‘los siervos de la nación’ no cuenta). ¿Cómo, si el que lleva la batuta mira hacia otro lado?
¿Y cuál es eso otro horizonte? El de una perspectiva político-electoral, por supuesto. Defender “el proyecto” de la Cuarta Transformación y atacar el periodo neoliberal. Negar las dimensiones de la tragedia —ocultarlos es lo que hace el resto de su equipo— es una manera muy vil de hacerlo. Entre más rápido impere el “aquí no pasó nada”, mejor desde la perspectiva del tabasqueño.
Tristemente, trágicamente, para quienes entendemos la realidad desde la ciencia, sabemos que el negar una tragedia, sea por razones filosóficas, psicológicas o estratégicas, no hace que esta deje de tener verificativo