Buenos Aires.- Javier Milei, la esperanza de un cambio desde fuera del establishment en Argentina, se esfumó la noche del domingo cuando tuvo en sus manos la posibilidad de consolidar su vertiginoso ascenso y salir del debate presidencial con las llaves de la Casa Rosada en la mano.
Tal vez fue para mejor. Es que la defensa y promoción de las libertades no puede estar en manos de un improvisado que no es capaz de hilar dos frases coherentes sobre una idea.
Personajes como Milei no sirven a las causas liberales porque las trivializan, las vacían de contenido para dejarlas en unos cuantos slogans y un montón de insultos.
El diario La Nación, uno de los dos grandes medios impresos de Argentina, refirió ayer un paralelismo entre Javier Milei y Andrés Manuel López Obrador, al referirse a las amenazas que vive el periodismo libre.
Su enviado a la reunión de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) destacó que “AMLO, como se le llama en México, y otros líderes regionales se llevaron un párrafo aparte en el documento final, junto con el candidato presidencial de La Libertad Avanza, Javier Milei, cuyos ataques a la prensa fueron discutidos en la asamblea y dejaron latente una honda preocupación sobre el futuro de Argentina”.
Un paquete de insultos fue Milei la noche de su debacle, aunque no fueron dichos como remate de argumentos contundentes ante su vulnerable adversario, sino que los insultos fueron su único argumento.
Sus insultos no reflejaron el enojo del ciudadano de a pie, sino que denotaban miedo. Miedo e impotencia.
A juzgar por lo que se vio en el debate y lo que fue posible conversar, escuchar y leer ayer lunes, el candidato oficialista Sergio Massa logró demostrar que siempre se puede estar peor.
Exhibió la confusión de ideas que tiene el candidato que, hasta antes del debate, en el promedio de las seis encuestadoras serias que participaron en las mediciones, estaba unas décimas arriba de Massa.
Si los debates influyen un poco, aunque sea muy poco, es posible que la noche del domingo Sergio Massa le haya sacado el triunfo de la bolsa al libertario (candidato de La Libertad Avanza).
Las segundas vueltas electorales –la votación definitiva es el próximo domingo– suelen ser un plebiscito sobre quién es peor. O cuál es el mal menor. El 30 por ciento que votó por Milei en la primera vuelta lo hará por él dentro de cinco días. Y el 37 por ciento que votó por Massa repetirá el domingo.
Milei recibió el apoyo de la candidata que quedó en tercer lugar, de Juntos por el Cambio (que agrupa a PRO y Partido Radical), pero esa alianza se rompió y unos irán con Milei y otros por Massa. En ese nicho de votantes está la disputa. Iban “cabeza a cabeza” como dicen aquí.
Así es que ahora, el día que se anunció que la inflación marcó un nuevo récord desde 1991, con 144.5% anual, el ministro de Economía, Sergio Massa, tal vez dio el paso al frente que lo consagre como el mal menor.
Paradojas de la política en un país complejo, cuyos habitantes se dicen “desconfiados”, pero con sus votos llevaron a la final a un “loco” –como se refieren a Milei– y al ministro del 141 por ciento de inflación anual.
De haber sido en México el debate, un momento se habría destacado en los medios y aquí pasó sin importancia:
Cuando Massa ofreció impulsar un trato salarial parejo para las mujeres, que en el norte del país ganan 23 por ciento menos que los hombres, Milei le dijo que esa era otra de sus mentiras. “Si fuese verdad, las fábricas estarían llenas de mujeres”, refutó el candidato.
Leí y oí en los medios que Massa maniató a Milei con preguntas para no responder él por el desastre que hay en la economía. En efecto, así fue. Pero no vi que le taparan la boca a Milei para decirlo en los bloques de ocho minutos que de manera sucesiva y durante dos horas dispuso cada uno para hablar o preguntar sobre distintos temas previamente acordados.
Milei decepcionó en lo que se supone que es su fuerte: la economía.
Renegó en los hechos de su acertada bandera del libre comercio, que subordinó a cuestiones de orden ideológico al poner trabas a la relación de Argentina con sus dos principales socios, Brasil y China.
Renegó de sus propuestas de campaña más radicales y atractivas –no sé si buenas o malas–, como eliminar los subsidios (que muchos de ellos son claramente clientelares) y establecer vales para elegir la educación y la atención médica.
Se tuvo que disculpar con el papa Francisco.
Defendió su admiración por Margaret Thatcher (hace menos de 50 años ella mandó a la Armada y Ejército de Gran Bretaña a recuperar las Malvinas), en tanto que uno de los invitados de Massa al debate fue el general Martín Balza, jefe el Ejército argentino en la guerra contra los ingleses.
Y admitió, sin decirlo explícitamente, que le quitaron el trabajo en el Banco Central (al que ahora ofrece “dinamitar”) porque reprobó el examen psicotécnico.
Eso sí, Milei le dijo con todas sus letras algo que casi todos los argentinos firmarían: “Vos sos parte del gobierno más ladrón de la historia”, en referencia a uno de los mandatos de Cristina Fernández de Kirchner.
Pero no siguió la idea, fue sólo una frase, y el tema daba para centrar la mitad del debate, pues mueve los sentimientos de los argentinos. La otra mitad de los sentimientos políticos la agita la inflación.
Massa se dio el lujo de deslindarse de Cristina: “Es vos o yo quien va a gobernar Argentina”. Y se presentó como el candidato que va a dar “el gran cambio que el país necesita”.
Puede ser. Con él nunca se sabe. Es lo más parecido a un anfibio.
“Quiero el cambio, pero el loco no, che. Está pirao. Anoche lo viste, no sabía qué decir. Yo voté a Bullrich (en la primera vuelta), pero ahora no voy a votar por el loco, si es un cachivache…”, me dice Fabián Domínguez, taxista, hincha de Boca y –según me contó– amigo personal del Chaco Giménez.