La relación de México y Estados Unidos no pasa por un buen momento. Menos aún la percepción que han hecho crecer los aspirantes republicanos y muchos integrantes del Congreso, sean oficialistas o no, incluyendo el recorte votado en la Cámara de Representantes para la ayuda oficial a nuestro país, unos 60 millones de dólares, que en nada afectan al gobierno, pero, paradójicamente, sí a distintas asociaciones civiles.
Existen datos duros que dan contexto a esa mala relación: la ola migrante cada vez más intensa, real (en septiembre cruzaron ilegalmente 260 mil personas) y que se sobreexplota mediáticamente en la Unión Americana; las muertes por sobredosis de fentanilo (otro año más superarán las 110 mil, 70 mil de ellas por fentanilo); los conflictos comerciales y de inversiones, en temas energéticos, agrícolas y de telecomunicaciones, las declaraciones incendiarias de muchos personajes y las acciones irresponsables de gobernadores como Gregg Abbot y Ron DeSantis.
En México, todo ello se alimenta de una política migratoria sin sustancia ni rumbo; una lucha contra el crimen organizado que sigue bajo la norma de los abrazos y no balazos, las declaraciones igual de incendiarias e irresponsables, el coqueteo con Rusia, China, Cuba, Nicaragua, Venezuela, la nula solidaridad con Ucrania, no ayudan, entre otros temas, a mejorar la percepción y la relación en la Unión Americana.
Lo sucedido con la reunión Asia-Pacífico que se realizará en San Francisco entre el 14 y 17 de noviembre próximos, ha sido una demostración más del pésimo manejo diplomático de la relación de este lado de la frontera. Esa reunión se viene organizando desde tiempo atrás por Estados Unidos y participan la mayoría de los países de la cuenca del Pacífico, la zona económica más dinámica del mundo. Estados Unidos quiere demostrar su liderazgo en la región.
El presidente López Obrador había anunciado el 15 de agosto pasado que participaría, incluso dijo que aprovecharía para reunirse con el presidente Biden. Pero el 21 de septiembre pasado, repentinamente aseguró que no participaría con la más absurda de las razones: que a ese encuentro iría Perú, y que como “no hay relaciones con Perú” (en realidad no se han roto las relaciones diplomáticas con ese país) no iría, y agregó que esa reunión “es para ver lo de Asia Pacífico, y no queremos participar en eso, con todo respeto”.
Unos días antes, México, en La Habana, había regresado al Grupo de los 77 (que deviene de los no alineados y que está impulsado sobre todo por China y Rusia) del que se había separado muchos años atrás. Y estaba aún viva la controversia por la participación rusa en el desfile del 16 de septiembre. Según versiones de la Cancillería, el presidente López Obrador en realidad decidió no ir a San Francisco (no ha ido a ninguna reunión internacional de importancia en estos cinco años) porque el presidente Biden había declinado la posibilidad de tener una reunión privada con el mandatario mexicano.
López Obrador lo invitó entonces a que viniera en noviembre a ver las obras del Tren Maya (o visitar una central que se construye en Altamira, Tamaulipas, dijo, o ver la construcción del Transístmico en Oaxaca). La Casa Blanca no ha emitido respuesta alguna al respecto.
Pero, sin duda, la misión que se anuncia llegará a México será de alto nivel, encabezada por el secretario de Estado, Antony Blinken, y por la asesora de Seguridad de la Casa Blanca, Elizabeth Sherwood-Randall, luego de que en la última realizada en Washington, no participaron funcionarios relevantes de seguridad estadunidenses.
Más allá de eso, habrá que ver qué avances hay en la relación en este encuentro de evaluación. La Casa Blanca parece preocupada por lo que sucede en México, pero sin duda no compartirá la narrativa radical; sin embargo, para poder hacerlo en pleno proceso electoral necesitará que la situación migratoria y de seguridad no se deterioren aún más.
Aquí tendríamos que pensar lo mismo: con simplemente ver las inversiones producto de la relocalización de empresas y el enorme potencial en ese aspecto, los números de nuestro comercio exterior con Estados Unidos y las cifras de las remesas, no sé qué otro argumento podría haber para confirmar que nuestro destino regional está en América del Norte.
ESTUPIDECES INACEPTABLES
Hay quienes siguen insistiendo, como alguna vez lo hizo Donald Trump con Barack Obama, en que la aspirante de Morena a la Presidencia, Claudia Sheinbaum no nació en México, sino en Bulgaria, cinco años antes de que fuera registrada en nuestro país. Es francamente una estupidez que ofende más a quien la difunde que a la agraviada.
Se puede o no estar de acuerdo con Sheinbaum y la 4T, pero lo último que necesitamos como país es agrandar la brecha de la división, la polarización y, sobre todo, el falso nacionalismo. Menos aún si se hace con mentiras.
Se podrá argumentar que los epígonos de Palacio Nacional han descalificado por su origen muchas veces a quienes consideran opositores, es una mezquindad, pero alimentar la versión de que Claudia no puede ser candidata porque nació en el extranjero o profesa la religión que usted quiera, es igual de mezquino, es indigno y es falso: Claudia nació en México, aquí ha vivido, estudiado, trabajado y hecho su carrera académica y política. Hay muchas formas y razones para criticar al oficialismo, pero jamás alimentando la xenofobia y la mentira.