En las largas horas de parálisis gubernamental, la rapiña vació Acapulco. Hoy, frente al panorama de tiendas y negocios completamente saqueados, y con casi la totalidad del puerto en absoluta oscuridad, decenas de colonias y fraccionamientos de Acapulco están poblados de fogatas y barricadas.
Es el escenario de una increíble película futurista. Entre los autos volteados, aplastados, desechos, entre la maraña de postes y árboles caídos, entre toneladas de basura y de lodo, los vecinos han tenido que organizarse para impedir que las muchedumbres que deambulan por el puerto buscando qué saquear lleguen hasta sus domicilios.
“Como abajo ya no queda nada qué robar, no tardan en subir a quitarnos lo que nos quedó”, dice una mujer de la colonia Las Playas.
En las zonas del olvido, los vecinos hacen guardia las 24 horas, armados con palos, tubos, machetes, linternas. Ponen bulto para obstruir la entrada de las calles. Es la hora de las barricadas frente a una ayuda que no llega.
Amplias zonas de Acapulco están anegadas. Comienzan a oler mal. Un ambiente de putrefacción se extiende por las calles.
No hay servicio de recolección de basura y una semana después de la llegada del huracán Otis montañas de desechos se acumulan en todas partes.
En la mayor parte de los asentamientos siguen sin luz. No hay agua potable. La gente se queja de que en algunas tiendas les están vendiendo botellas de un litro de agua en cien pesos.
Filas inmensas para cargar el celular. Filas inmensas para comprar un poco de gasolina. Filas de varias horas para recibir de manos del Ejército una despensa de 17 kilos.
Cada una de esas despensas contiene atún en agua, ensalada de verduras, un mix de fruta deshidratada, frijol cocido, leche entera en polvo, galletas de trigo integral y un guisado “listo para comer”, con pollo, res o cerdo.
Unas 18 mil despensas han sido repartidas en una ciudad donde 800 mil personas se quedaron sin nada.
En colonias como Metlapil, Providencia, Colosio, Vicente Guerero, Navidad, Puerto Marqués y Lucio Cabañas, la ayuda no ha llegado y cientos de personas exigen víveres. Los militares no han pasado aún por esas zonas.
La gente vive racionando la poca comida que han logrado conseguir: una lata de atún, un poco de agua.
“¡El huracán le quedó grande a AMLO!”, grita un hombre que caminó hora y media para llegar a una gasolinera y ahora tiene que regresar sin nada.
Acapulco es la imagen viva de la desolación. Todo luce acabado, destruido. Los lugares exultantes son ahora un triste cascarón.
A muchos no les gustará esta comparación, pero en los tiempos en que Íngrid y Manuel dejaron 200 mil damnificados, sobre todo en el estado de Guerrero, dos secretarios de Estado, entre ellos Rosario Robles, se fueron a vivir a esta entidad durante dos meses. Ahí se instaló un Comité Nacional de Emergencia del que formaron parte el gabinete y los tres órdenes de gobierno y desde ahí, con el lodo en la cintura, se coordinó la reconstrucción.
El presidente no ha visitado la zona de desastre, no ha escuchado a la gente (su gente). De la gobernadora no hay señales. La presidenta municipal no existe.
El primer día tras el paso de Manuel y de Íngrid, con ayuda de Walmart, se entregaron 150 pesos en comida a miles personas –hasta que buques de la Marina y aviones de la Policía Federal arribaron con la ayuda.
Se marcó como prioridad asegurar el abasto total de comida y de agua potable, se marcó como prioridad garantizar el orden y la seguridad. Se instalaron comedores comunitarios en las zonas rurales.
El hoy secretario de Marina, almirante Rafael Ojeda, era entonces el comandante de la zona naval. En esos días vivió y aprendió todo lo que era necesario hacer. Hoy da la impresión de que incluso lo han echado a un lado.
No se enojen, pero el denostado Enrique Peña Nieto fue 18 veces al estado. Está documentado.
Desde la primera semana se hicieron evaluaciones diarias. Se crearon, también, fuentes de empleo temporal. Incluso se cubrieron con cal miles de lugares anegados, para evitar la propagación del dengue y otras enfermedades.
Hoy crece y se extiende la sensación de abandono.
“El Huracán le quedó grande a AMLO”, dice un hombre que una semana después del huracán tuvo que regresar a su casa con las manos vacías.
“¿Dónde está la maquinaria del Ejército que el presidente dijo que iba a traer?”, vocifera un hombre. “¿Quiere que se lo diga? Está en el Tren Maya”.
Acapulco está hundido en el lodo, la basura, la desolación.
Crecen la ira y la sensación de abandono. Otis fue un huracán demasiado grande para un gobierno que ha demostrado ser demasiado chico.
Vienen malos días, semanas, meses, tal vez años. Por lo pronto, ha llegado la hora de las barricadas.