En medio de cortes de energía eléctrica en la zona, transcurrió ayer la cumbre sobre migración en Palenque. Allí estuvieron dictadores, representantes de un Estado fallido, mandatarios cuestionados o que no quieren dejar el poder pese a que perdieron las elecciones, uno o dos que podrían ser calificados como democráticos, pero todos tienen un signo común: son países expulsores de migrantes, como México, que no otorgan a sus ciudadanos las condiciones mínimas para vivir con libertad y una cierta prosperidad. En los discursos de la Cumbre de Palenque, sin embargo, los responsables son otros y ninguno de esos gobiernos, incluyendo el nuestro, asume sus propias responsabilidades.
Imagínese usted que alguien propusiera un programa real para evitar la expulsión de ciudadanos de esos países. Comenzaríamos por Cuba con un altísimo porcentaje de migrantes, 15 por ciento de la población de Cuba vive fuera de su país. Pero las actuales olas migratorias son más intensas aún, sólo entre enero y junio de este año se han registrado, tratando de ingresar a Estados Unidos, luego de largos periplos por distintos países incluyendo México, unos 160 mil cubanos.
Hubo una época en que muchos de quienes migraron lo hicieron por razones políticas, pero el régimen cubano lleva casi 65 años ininterrumpidos en el poder y no ha podido establecer unas mínimas cadenas productivas para sustentar la alimentación de su población, para darle un trabajo remunerado; la infraestructura está en una situación crítica: los derrumbes de edificios en esa maravilla que alguna vez fue La Habana Vieja son cotidianos, simplemente por falta de mantenimiento, no hay inversiones productivas porque los locales no pueden hacerlo y para las extranjeras no alcanzan la energía eléctrica ni los insumos.
Los jóvenes simplemente no tienen futuro, salvo que entren en la anquilosada estructura burocrática, pesada, inútil, represiva y antidemocrática que gobierna el país. No es responsabilidad del llamado bloqueo: Cuba comercia con casi todos los países del mundo; ni siquiera, con todas las limitaciones del mismo, es por el sistema de gobierno: Vietnam no tiene un régimen de gobierno muy diferente al de Cuba y tiene una prosperidad económica creciente luego de décadas de guerra (que Cuba, pese a la mitología del régimen, nunca sufrió desde 1962, luego de la crisis de los misiles hasta ahora). Se basa en una economía de mercado. No vemos a ciudadanos vietnamitas o chinos desesperados lanzándose en balsas al mar para tratar, como sea, de huir de su país. Hay quienes quieren migrar de ambas naciones, pero es fundamentalmente por causas políticas o persecuciones religiosas, no por falta de trabajo.
Cuba, sostenida económica y militarmente durante décadas por la URSS, luego por Venezuela y hoy en parte por México, Irán, China y Rusia, es el mayor fracaso económico de la historia de las naciones de lo que fue el sistema socialista y se mantiene sólo por la cerrazón del régimen, heredado por los burócratas de la revolución.
Nicolás Maduro en Venezuela, en un proceso que inició Hugo Chávez, ha logrado convertir al país más rico de América Latina en uno de los más pobres y depauperados. Las reservas de petróleo, de piedras preciosas, de minerales, las zonas agrícolas y ganaderas, no han servido más que para alimentar al chavismo y sus herederos. Siete millones 700 mil venezolanos han dejado su país desde la llegada de Chávez y Maduro al poder, de una población de apenas 30 millones de habitantes, cerca de 25 por ciento de sus habitantes se fueron.
Como en el caso de Cuba, al inicio del régimen muchos lo hicieron por razones políticas, hoy porque simplemente no hay comida, trabajo, libertades, condiciones mínimas de sobrevivencia. Como en el caso de Cuba, sin garantizar elecciones libres, una economía de mercado y libre del burocratismo y la corrupción, no se podrá romper la cadena migratoria: desde que comenzaron ambos regímenes la tendencia de sus pobladores es, cada vez más, abandonar su país.
En Haití el Estado no existe. La capital, Puerto Príncipe, está tomada por bandas criminales que imponen sus condiciones. Haití fue el primer país que se independizó en América y hoy es el país más pobre del continente; desde el asesinato del anterior presidente, el gobierno es un eufemismo, la seguridad pública está completamente desarticulada y la economía como tal no funciona más que para la explotación de riquezas naturales en manos de empresas extranjeras bajo protección de fuerzas criminales. A la gente que quiere algún futuro, si puede hacerlo, no le queda más que tratar de huir.
No vino a la cumbre Daniel Ortega, un dictador peor que Anastasio Somoza. Ortega no sólo no otorga a su gente las condiciones de vida como para vivir en su país, sino que incluso ha tomado como norma expulsar a sus opositores, comenzando por quienes en los años 70 u 80 fueron sus compañeros de partido en el FSLN, como el escritor Sergio Ramírez o los jesuitas, y muchos otros. La gente no tiene más opción que huir y lo está haciendo y el régimen trata que se vayan los más posibles sin llevarse nada (una forma de tener mayor capacidad de control sobre los que se quedan y, paradójicamente, como ocurre en Cuba o Venezuela, para que así los que se quedan puedan vivir de las remesas que envían sus familiares desde el exterior).
Ecuador está asolado por los cárteles; en Colombia, un país rico y con enormes posibilidades, la política, el narcotráfico, la inseguridad, son un freno constante. Centroamérica tiene una endémica situación de pobreza, corrupción, explotación económica y represión, que ha estancado a la región por décadas. Pero nada de eso, por supuesto, se dijo o se reconoció en Palenque.