La candidatura de Claudia Sheinbaum es una ocurrencia del presidente López Obrador que nos saldrá más cara que el Tren Maya y servirá para la misma cosa.
Han gastado una millonada en recursos públicos para que Sheinbaum le pueda ganar a Ebrard, con los trucos ilegales que prometieron desterrar.
Seguramente tiene virtudes personales, pero no hay manera de hacerla competitiva frente a Xóchitl Gálvez más que con toneladas de dinero, presión a medios y a grandes empresarios.
Aun así, podrían ser recursos desperdiciados porque carece de carisma, chispa, ni transmite serenidad ni conexión con los sectores populares.
Xóchitl es nacida, criada y crecida en el terreno rudo donde hay que batallar a diario para ganarse la vida. También para no perderla. De ahí viene su sonrisa, sencillez y picardía que la hace una candidata muy humana.
Sheinbaum no conoce el país. Su carrera está hecha en la Ciudad de México, donde no brilló en ningún terreno.
La pregunta es por qué López Obrador, un gran estratega, se empeñó en hacer candidata a Sheinbaum.
Por la enfermedad del poder, es la respuesta.
A ese mal se le conoce como el síndrome de hubris, definido como “un trastorno que se caracteriza por generar un ego desmedido, un enfoque personal exagerado, aparición de excentricidades y desprecio hacia las opiniones de los demás”.
La arrogancia de su ego desmedido le impide al Presidente dar crédito a la evidencia.
Así es él y ahí puede estar la tumba de Morena.
López Obrador no ve las barbaridades en los libros de la SEP, ni desabasto de medicinas, ni criminalidad, ni narco empoderado.
Cuando era jefe de Gobierno, la Secretaría de Salud capitalina lo promovió en las recetas médicas y en los preservativos masculinos; él lo negó.
El reportero Raymundo Sánchez puso uno en sus manos, que traía su cara y el logo de Salud, y exclamó: “¡No existe esto!, ¡no existe esto!” (El Destructor, página 76).
Lo mismo sucederá cuando vea a su candidata abajo en las encuestas en abril del próximo año. No existen, no son reales.
De pronóstico reservado será su reacción en el posible escenario de un triunfo de Xóchitl Gálvez.
La ocurrencia de hacer presidenta a Claudia Sheinbaum, dicho con toda seriedad, nos saldrá más cara que el Tren Maya o que poner una refinería en un pantano.
Para hacerla candidata de Morena han tenido que amordazar a Ebrard y prohibir que debata con ella.
Con recursos públicos le llenan auditorios de acarreados que se salen a la mitad del evento.
Crónicas de sus mítines dan cuenta de personas que no pueden repetir su nombre, porque no se lo aprenden.
Sus entrevistas son a modo, y si el entrevistador insiste en una pregunta, ella pierde la calma y lo reprende.
Derrochan dinero de manera escandalosa para crear una imagen que no tiene sustento en la persona que promueven.
El precandidato morenista que preocupa en Palacio Nacional, Marcelo Ebrard, ¿es un prodigio de carisma?
Desde luego que no, y lo han tenido que mantener a raya con acarreo y derroche de recursos “nunca antes visto”, dijo el excanciller.
Ante Xóchitl, la fortaleza de Sheinbaum estará en el respaldo financiero de las arcas federales y estatales. También de grandes empresarios.
Le ayudará, y ya se siente, la presión que la presidencia de la República ejerza sobre los concesionarios y dueños de medios de comunicación masiva.
Para ganar necesitan una operación de Estado, y ni así hay seguridades de que logren su objetivo.
Es que Sheinbaum no tiene nada atractivo que ofrecer, salvo que alguien considere una genialidad la promesa de “poner un segundo piso a la cuarta transformación”, o que despierte emociones en la juventud con sus bromas contra “los conservadores”.
Su candidatura es una ocurrencia de López Obrador.
Una bendita ocurrencia, por así decirlo. Pero al país le costará muy cara. Pronto lo veremos.