El nerviosismo presidencial, creciente, ofensivo y agresivo, no se debe al avance de los narcos que se apropiaron del gobierno en Guerrero, ni por las consecuencias internacionales de haberle dado alas a un cártel señalado por matar a un candidato presidencial en Ecuador.
Lo que tiene al Presidente al borde de un ataque de nervios son las encuestas que ponen a Xóchitl Gálvez a ocho puntos de su candidata favorita para la elección de junio próximo.
Su preocupación no es la gobernabilidad de un país a la deriva, que se sostiene gracias al Tratado de Libre Comercio que nos unió con la economía más grande del mundo, y contra el cual marcharon, para boicotear e impedir su firma, López Obrador y Claudia Sheinbaum.
Le preocupa, al grado del desconcierto, que su corcholata empequeñezca a medida que se da a conocer en las plazas del país. Culpa a las encuestas. Agrede a quienes las hacen y más aún a los que tienen el valor de publicarlas.
El problema de las corcholatas de Morena no es responsabilidad de ellas, sino que es la consecuencia de un mal gobierno, reprobado en todas sus políticas públicas.
La encuesta de Alejandro Moreno, publicada en estas páginas, indica que ninguna de las cuatro políticas consultadas (social, seguridad, economía y corrupción) cuenta con el respaldo del 50 por ciento de la población.
Y que sólo la primera –apoyos sociales– tiene más respuestas positivas que negativas. No hay que ser adivino para saber cuál sería la opinión ciudadana si le preguntaran por las políticas de salud y educación en el gobierno de AMLO.
El Presidente está bien evaluado, sin ser una maravilla, porque está horas y horas en las pantallas, radios y redes, con excusas y ataques a sus adversarios, mientras el país se tambalea por su mal gobierno.
A Sheinbaum, Ebrard, Adán Augusto y Fernández Noroña los mandaron a recorrer el país para ofrecer continuidad de políticas públicas que están reprobadas.
No pueden debatir entre ellos, sólo hablar bien del gobierno, es decir de AMLO. Ese es el mandato explícito.
De ahí que veamos incómodo a Marcelo Ebrard. Y a Claudia Sheinbaum sin expresar una sola idea innovadora. Recurre a botargas de expresidentes para animar a la gente –acarreada– porque su mitin es un circo.
Tantos recursos invertidos en la construcción de la candidatura de Sheinbaum, durante casi cinco años, para que aparezca una mujer sin militancia, impulsada por una marea rosa que quién sabe de dónde salió, y se le ponga muy cerca, lista a rebasarla en unos meses en las preferencias ciudadanas.
Malditos encuestadores y condenados medios que publican las mediciones, reacciona encolerizado el aún huésped de Palacio Nacional.
La culpa no es de las encuestadoras ni de los medios. Sólo grafican y verbalizan la foto de la realidad en un momento determinado.
Nervios y más nervios consumen a López Obrador. Más aún luego de ver el proceso del Frente Amplio, que perfila a cuatro aspirantes que serían muy buenos presidentes de México.
Xóchitl, Beatriz Paredes, Creel y Enrique de la Madrid, cualquiera de los cuatro sería un lujo de presidente. Personas preparadas, sin odios, con talento.
Los cuatro garantizan sensatez y serenidad.
De entre ellos la oposición habrá de elegir a quien le pueda ganar a Morena y a la maquinaria de propaganda, golpes bajos y al uso ilegal y arbitrario del poder que hace el Presidente.
Ahí están las causas del nerviosismo creciente que se apodera de los moradores de Palacio.
Hemos visto al Presidente, durante todo el sexenio, alejado de la realidad. Su extravío se acentúa ahora, ante la aparición de lo imprevisible: una marea rosa, una mujer X y la sombra de una derrota inminente.
Desvaría. Somatiza sus emociones. Las manos se agitan sin sentido. Acusa violencia de género en su contra. Demanda a jueces. Amenaza con desafueros. Se ensaña contra un periodista al cual mandaron matar.
Descalifica las encuestas que muestran la realidad, que es totalmente distinta a la que ofreció hace cinco años. Y ametralla verbalmente al mensajero, con todas las consecuencias que ello puede acarrear.
Los nervios han hecho estragos en él. Cuidado con el Presidente.