México, alguna vez, fue la envidia de las naciones; sus playas, su ambiente, sus ciudades virreinales, su tequila y su gente. Antes. Ya no.
Muchas razones lo explican; una de ellas la inseguridad y las pésimas estrategias para hacerle frente. Los abrazos, se ha probado, no sirven y culpar al pasado ya no satisface tampoco.
Nuestro país se ha vuelto el país de las cifras… del crimen. Más de 163,384 homicidios en tan solo 57 meses de gobierno, a las que se le suman más de 42,000 desapariciones (una cada hora) y algo así como 2,900 fosas clandestinas halladas con restos humanos. La lista la encabeza la entidad de Tamaulipas con 402 fosas, seguido de Veracruz con 324 y Chihuahua con 269.
En lo que va del presente año, 280 policías han sido asesinados y han habido 268 masacres (las mismas que niega López Obrador). De enero a julio, los medios de comunicación han registrado 564 mujeres asesinadas bajo condiciones de crueldad extrema.
Cifras de horror y muerte que no cesan; tener al Ejército en las calles no funciona (sobre todo si encima se le atiborra de otras funciones…).
Es tal la cuantía de violencia que los mexicanos hemos caído en normalizarla. De vez en cuando nos vuelven a mover casos espeluznantes como la masacre de los cinco jóvenes en Lagos de Moreno, Jalisco, o el hallazgo de múltiples cuerpos congelados en Poza Rica, Veracruz. ¿Cómo permanecer inertes? Ni que fuéramos el presidente de la nación…
Pero —hablo en general— ¿nos protege el subconsciente para no enfrentar tanto espanto? ¿O preferimos volvernos insensibles y tacaños de nuestro tiempo, para ni siquiera mirar? ¿Por qué pocas veces cuestionamos la patética respuesta gubernamental?
Y es que es menester levantar la voz y hacerle ver a los conciudadanos que, mientras siguen apareciendo cuerpos de personas desmembradas en Poza Rica, la autoridad nombró a un tiktoker como nuevo inspector de policía. O que, ante el mencionado hallazgo, el gobernador de la entidad, Cuitláhuac García aparecía en un video presumiendo naranjas veracruzanas.
La violencia ya no se limita a ajustes de cuentas y debemos entender lo cerca que se encuentra el delito de cada uno de nosotros. Tan cerca que cualquier día nos toca. Como les tocó a automovilistas en el asalto masivo a en la carretera Puebla-Veracruz en la zona de cumbres de Maltrata. Los uniformados que acudieron al sitio prefirieron no intervenir por temor a agresiones de los asaltantes. Se entiende, mientras los uniformados deben dar abrazos, los malhechores responden con balazos. La Secretaría de Seguridad Pública de Veracruz confirmó que sí les reportaron el asalto al 911… pero hasta ahí.
Los uniformados le dieron —o le tuvieron que dar vuelta a los delincuentes— pero, eso sí, pudieron detener en Coatzacoalcos al corcholata Manuel Velasco. La policía estatal le cerró el paso a su vehículo, encañonando a su chofer, al mismo Velasco y a sus acompañantes. Después de media hora de ¿plática de cuates?, los dejaron ir.
Muchos mexicanos han caído en normalizar la violencia porque un día sí y otro también, ante tanto horror, escuchamos que las únicas víctimas son López Obrador —ese que vive en un Palacio— y el gobernador García.
Este último, ¿por qué no?, culpó al Poder Judicial de la Federación de los cuerpos mutilados y no a los delincuentes (por aquello de haber resuelto en contra de la prisión oficiosa preventiva). Más tarde, ¿para tranquilidad de quién?, acotó que se trató de una pugna entre grupos criminales (Gente de la Sierra y el CJNG). En el colmo del cinismo dijo: “… logramos capturar al pez gordo, o sea al mero mero de un grupo delictivo y eso trajo un desequilibrio…” Aceptación implícita de que quienes controlan la zona son grupos delincuenciales y no el gobierno local. Habría que preguntarse, entonces: ¿para qué está él?, ¿el gobernador qué función desempeña?
Y, bueno, los mismos delincuentes nos dieron la respuesta. Una cabeza humana colgando en un puente en Nogales y tres cuerpos embolsados en la carretera Puebla-Orizaba. Junto a uno de los cuerpos había la típica y ya bien conocida narco-manta con un caluroso mensaje dirigido a Cuitláhuac. Lo acusan de proteger a grupos rivales…
No, el mundo no envidia a México, si acaso miran espantados como la violencia no cesa. México se ha convertido en un cementerio clandestino, un lago de sangre, un largo y hondo dolor de madres buscadoras. Del otro lado, un presidente que no oye —o hace como que no oye—; ríe y a la vez clama a su conveniencia que solo él es la víctima. Nada envidiable situación.