Después de un divorcio tortuoso, Scott Lyons (Minnesota, Estados Unidos, 40 años) volvía a llamar a su exmarido una y otra vez. Lo hacía cuando estaba aburrido. Lo hacía cuando empezaba a estar mejor. Lo hacía cuando conseguía salir de la rueda de desesperación en la que llevaba metido mucho tiempo. En un principio pensó que quizá era adicto a su ex. Pero analizando la situación se dio cuenta de que era aún peor: era adicto al drama. Lyons es psicólogo, educador y presentador del podcast The Gently Used Human. Tenía el conocimiento y las herramientas para intentar tomar distancia y analizar la situación. Lo hizo buscando información en tratados filosóficos, estudios científicos y libros sobre el tema, y acabó encontrando más prejuicios que bibliografía útil. Durante seis años estuvo informándose y escribiendo para dar forma a Addicted to Drama: Healing Dependency on Crisis and Chaos in Yourself and Others (Adictos al drama: sanar la dependencia de las crisis y del caos en ti y en los demás), un libro de momento sin fecha de publicación en España.
Mientras reniega del término drama queen [reina del drama, en inglés], por los sesgos que introduce, asegura, en cambio, que las redes sociales están creando una epidemia de adictos al drama, y que afectan tanto a usuarios como a medios, en una escalada por conseguir su atención. Y avisa: todos conocemos a alguien que encaje en este perfil, pero prácticamente nadie se colocaría ahí a sí mismo. Los números no salen. Concede una entrevista a EL PAÍS a través de videollamada, en una conversación en la que intercala estudios, citas de su libro y experiencias personales.
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Pregunta. Ha trazado usted un perfil del adicto al drama para definir lo que popularmente se conoce como drama queen, ¿por qué ha decidido excluir este nombre de su libro?
Respuesta. Es despectivo, por eso no lo uso. Pero a la vez es un término muy interesante de analizar. Ha existido desde hace muchos años. Todo el mundo conoce a alguien adicto al drama y por lo general se refieren a ellos con términos como narcisista, buscador de atención, histriónico o el que mencionas, drama queen. Y hay algo en esas etiquetas que elimina la empatía para entender lo que realmente está pasando ahí.
P. Normalmente, se ha utilizado para definir a mujeres y homosexuales. No sé si eso ha tenido algo que ver con su mala prensa.
R. Sí. Es un término que tiene asociados muchos sesgos. Lo dramático se refiere a una especie de comportamientos histriónicos, que históricamente se han asociado más con las mujeres, especialmente desde [el psicoanalista Sigmund] Freud. Es como la histeria, una enfermedad nerviosa que se asocia a la mujer. No recuerdo ningún caso de hombre que haya sido hospitalizado por histeria. Es fácil reducir a los adictos al drama a un estereotipo, pero su realidad es más compleja. No están tratando de llamar la atención solo para hacerse notar. No exageran por diversión. Para ellos el drama es un mecanismo de supervivencia.
P. Usted fingió un intento de suicidio cuando era adolescente.
R. Fue un intento de forzar cierta empatía a mi alrededor. Sufría acoso escolar por parte de alumnos y profesores, y yo solo quería que aquello parara. Las herramientas que tenía entonces para gestionarlo, como chaval de 13 años, eran pocas. Pensaba que nadie me iba a escuchar. Así que fabriqué un escenario en el que creía que ellos sentirían el dolor que yo sentía. Es lo que después he venido a llamar empatía armada, una forma de forzar a alguien a ponerse en tu situación. Y ahora veo esto todo el tiempo, con pacientes que tienen dificultad para comunicar sus necesidades o que tienen dificultad para aceptar una disculpa. Así que lo único que saben hacer para que la gente empatice con su dolor es replicarlo en otra persona.
P. Ser adicto al drama es un poco como ser hipster: estamos rodeados de ellos, pero nadie reconoce serlo, ¿por qué?
R. Cuando buscamos drama lo hacemos muchas veces de forma inconsciente, y nunca nos veremos a nosotros mismos como los culpables. En la realidad perceptiva de la persona adicta al drama, todas las acciones y comportamientos están justificados. No hay sentido de la regulación. Soplar una vela de cumpleaños con una manguera de incendios puede parecer una locura para todo el mundo, pero será razonable para alguien que no sabe medir cuánta energía, atención y emoción se necesita para hacerlo.
P. Y esta adicción es contagiosa…
R. Sí. Se llama contagio del estrés. Es una respuesta de nuestras neuronas espejo, que hacen que empaticemos con los sentimientos de alguien cercano. El estrés, como el que genera el drama, es el estado más contagioso o resonante que tenemos, el que mejor reflejan estas neuronas, más incluso que el amor. Estamos evolutivamente diseñados para buscar signos de estrés en otras personas, por si necesitamos reaccionar ante el mismo elemento estresor. Es por una cuestión de supervivencia. Si te está persiguiendo un oso y nos encontramos por el campo; tus ojos muy abiertos, tu respiración acelerada… Yo voy a ponerme alerta antes de que tengas tiempo de contarme nada sobre el oso. El estrés es una emoción diseñada para ser contagiosa, de modo que no necesitamos tener una conversación verbal para responder ante él. Por eso es importante saber si estás alrededor de alguien que es adicto a ese tipo de estrés, adicto al conflicto, porque lo más probable es que te arrastre a ese torbellino a ti también.
En la televisión, el dramatismo, la tensión, sirven como motores narrativos. Y allí pueden ser divertidos, pero en la vida real conllevan un coste fisiológico.
P. En su libro asegura que la economía de la atención y las redes sociales han fomentado una epidemia del drama. ¿Cómo es eso?
R. Hace 20 o 30 años vivíamos la adicción al drama de forma más íntima, ahora lo hacemos con una exposición masiva. El capitalismo ha generado una economía de la atención. Esta es la mercancía más importante. Capturar y mantener la atención del usuario hace que se le pueda vender, a través de anuncios, lo que sea. Y eso tiene un coste. Con el fin de capturar y mantener la atención del máximo de personas, se tiene que inducir cierto estrés. De esta forma se fuerza un lenguaje más emocional, más intensificado. Las historias que generan tristeza, ira o miedo son las más compartidas. Y se cuelan en nuestras vidas, así que empezamos a recrearlas, a replicar esos escenarios e imitar ese lenguaje en nuestras publicaciones en redes sociales, aunque no estemos viviendo esa experiencia a un nivel personal. Y así, acabamos formando parte de la economía del estrés.
P. En los últimos años, Instagram se ha llenado de fotos de influencers llorando.
R. Es el porno de la vulnerabilidad o de la autenticidad. Y es ridículo. Sí, muy auténtico, ¿cuántas tomas necesitaste para hacerte esa foto llorando? ¿Cuánta preparación? ¿Cuántas fotos descartaste? Es un equilibrio complicado porque, por un lado, están lanzando el mensaje de que es sano expresar los sentimientos y no mostrar solo lo bueno en las redes. Pero por otro, están fabricando este contenido. Están viviendo a través de su avatar social en lugar de hacerlo en la vida real. Y lo que sugieren todos los estudios sobre el tema es que cuanto más vivimos como nuestro avatar social, más desconectados estamos de nosotros mismos y esa disonancia acaba desembocando en depresión. Las mayores tasas de depresión las vemos en chicas adolescentes, que se vuelcan en sus redes sociales, abusan de filtros y persiguen likes.
La política se convierte en performativa. Nuestra cultura es cada vez más performativa para conseguir y mantener la atención.
P. Pero la adicción al drama en redes sociales no solo afecta a los usuarios particulares. Algunos medios también caen en ello para conseguir clics…
R. Claro. Las noticias también replican estos mecanismos. Hay una epidemia de dramatismo. El mundo entero es ahora nuestro escenario para representar este gran drama y que se premie con likes. El problema, como con cualquier adicción, es que nuestro nivel de tolerancia crece. Y así necesitamos más drama para que algo capte nuestra atención. Hace 20 años, las noticias necesitaban menos estímulo para captar la atención de alguien. Ahora necesitan más violencia, un lenguaje más intenso, más sexo. Necesitamos herramientas dramáticas para captar o mantener la atención de la gente.
P. ¿Y cómo afecta eso al debate público?
R. Mucho, porque entonces la política se convierte en performativa. Nuestra cultura es cada vez más performativa para conseguir y mantener la atención. Y hay que inducir más drama, más tensión. Y esto no hace más que escalar. Dentro de 10 años, vamos a necesitar mucho más estímulos que induzcan al estrés para captar la atención de alguien. Sabemos que, en ausencia de ese estímulo, la gente desarrolla el síndrome de abstinencia. Y su forma de combatirlo es buscar o crear más drama. Porque el estrés y el trauma funcionan como un pegamento social. Nos hace sentir más unidos unos a otros, por eso hacemos lo que se llama vínculo por drama.
P. ¿Vínculo por drama?
R. Exacto, significa que nos conectamos con otras personas a través de agarrarnos unos a otros al drama. Nos hace sentir parte de algo. Por eso cotilleamos.
P. Conectar con amigos a través del cotilleo no parece algo tan terrible ¿Cuánto drama es demasiado drama?
R. Es curioso porque cuando ves programas de televisión como Drag Race están todo el rato hablando de la necesidad de drama. Piden actuaciones más dramáticas, maquillajes más dramáticos… En la televisión, el dramatismo y la tensión sirven como motores narrativos. Y allí pueden ser divertidos, pero en la vida real conllevan un coste fisiológico. Tienes que analizar si sabes procesar y metabolizar ese drama, entender qué hacer con todo el estrés que te genera. Cualquier drama es demasiado drama si no sabes procesarlo y te lleva a estar mal.