La relación de Morena con grupos criminales del país nos adentra en un proceso electoral enmarcado por la violencia y el desgobierno.
El Presidente tiene el poder, pero perdió el control.
Tiene el poder y eso le basta para meter a la cárcel a quien diga su dedito, menos a los grupos armados.
Jugó con fuego e incendió al país.
El ejemplo de abrazos con los cárteles se replicó en su partido, que cruzó la línea roja: estableció la relación de servicios mutuos con los más siniestros grupos criminales.
A López Obrador le tiene sin cuidado el charco de sangre y fuego que se expande en el país que gobierna.
Cientos de candidatos, precandidatos y autoridades de oposición fueron asesinados o secuestrados por las agrupaciones criminales en las elecciones intermedias. Otros optaron por bajarse la elección.
¿Dónde están las investigaciones?
¿Dónde están los expedientes de cada caso?
¿Qué pasó con el secuestro de opositores previo a la elección de gobernador en Sinaloa?
Su preocupación es Xóchitl. Y le angustia que se le acaba el tiempo sin haber consumado la destrucción de sus enemigos que, con nombres y apellidos, menciona casi a diario.
Las conferencias matutinas las dedica a los chismes. A la denigración de periodistas. A sembrar calumnias y a mentir.
Qué pena de Presidente.
Trae en la mira a Xóchitl Gálvez, precandidata de oposición: la caricaturizó como vendedora de tamales y se puso a remedar sus gritos: “Tamaleeees, a los riiiicos tamaaaales”.
No sólo ofende a la senadora hidalguense, sino a millones de mujeres que venden o han vendido tamales y gelatinas para vivir.
Está obsesionado con Xóchitl porque no ha podido con ella. A cada ofensa presidencial responde sin odio, con dignidad, y lo pone en la lona.
Al Presidente descontrolado, Xóchitl Gálvez le contesta sin enojo y lo baña en sopa de su propio chocolate:
Vender tamales “es una forma honesta de ganarse la vida y mucho mejor que dar atole con el dedo todas las mañanas”, le respondió. Al suelo López Obrador.
El país que se incendia tiene sin cuidado al Presidente. Lo suyo es el insulto a quienes considera adversarios políticos.
¡Ah!, pero al Chapo Guzmán le habla de usted.
Al ejido de la familia del capo del Cártel de Sinaloa fue un par de veces –y sin prensa– a comer tacos con los cercanos “del señor Guzmán”.
No es de extrañar que veamos las imágenes de la alcaldesa de Chilpancingo, capital de Guerrero, en un restaurante con líderes de un grupo criminal.
Se ve a los capos con pistolas llegar a la reunión en el restaurante La Cabañita y sentarse con la alcaldesa y su marido a conversar.
Luego de negarlo, ella admitió la reunión y dijo que no fue para pactar nada. (Los Ardillos le disputan el control de Chilpancingo al cártel de Los Tlacos).
Si no era para acordar nada, ¿entonces fue para socializar?
La respuesta a esa convivencia llegó la semana pasada.
Los Ardillos dejaron en Chilpancingo siete cuerpos humanos desmembrados con un mensaje para la alcaldesa: “Saludos Presidenta Norma Otilia, sigo esperando el segundo desayuno que me prometiste después de venirme a buscar”.
El fin de semana, más incendios, balazos y asesinatos en Chilpancingo y Acapulco. ¿Y la alcaldesa? De fiesta en el puerto.
Guerrero está en esas manos, que se han fortalecido con la llegada al gobierno de la hija de Félix Salgado Macedonio.
Lo mismo en Chiapas. Ahí el Cártel Jalisco Nueva Generación secuestró, humilló y videograbó a una decena de empleados públicos para exigir que el gobierno aplique mano dura a funcionarios que trabajan para su rival, el Cártel de Sinaloa.
¿Algún detenido? Nada. Nadie.
Los hechos dan la razón a quienes sostienen que cárteles de narcos y otras agrupaciones criminales son el brazo armado de Morena.
El Presidente anda en la grilla de las precampañas y en las intrigas contra medios de comunicación y periodistas que le resultan desagradables.
¿Cuántos grupos criminales hay en Michoacán? Proliferan y matan sin que el gobierno federal tome el control, porque está rebasado.
El asesinato de Hipólito Mora fue con mil balazos. Todos sabían que lo iban a matar. ¿Qué hizo el Presidente? Una fiesta para celebrar cinco años de su triunfo electoral de 2018.
“Tendría que ser un día de luto y no de fiesta”, le dijo el obispo de Apatzingán, Ascencio García.
López Obrador le contestó con una de sus calumnias favoritas, que está al servicio de los poderosos, la oligarquía, etcétera.
Oí la entrevista que Joaquín López-Dóriga le hizo al obispo y su humildad, decencia y entereza fueron conmovedoras:
“Invito a mi Presidente que nos guste acompañar un tiempo… un mes con un servidor, que me acompañe, visible o invisiblemente, para que vea con quiénes convivo, a quiénes dedico mi tiempo”.
La manga ancha a las organizaciones criminales las empoderó. Si el gobierno quiere reaccionar no puede: su partido, Morena, está comprometido con ellas en amplias regiones del país.
En el noroeste del país hubo operación del narco en las elecciones intermedias. En Tamaulipas secuestraron y liberaron al secretario de Gobierno.
Coches bomba en Guanajuato y en Jalisco, como en Colombia de los años 80 y 90.
¿Qué podemos esperar, entonces, para los siguientes meses en la nación?
Más descontrol, más violencia. El Presidente está obsesionado con frenar a Xóchitl y destruir adversarios políticos antes de que termine su periodo y deba irse a la finca de Palenque.