La Minerva, epicentro de la fiesta de los logros deportivos, se quedó vacía. No hubo fiesta ni canción de Vicente Fernández para decir que siguen siendo el rey. Solo silencio, caras desencajadas y miradas perdidas. El estadio, en cuanto sonó el pitazo final, perdió a más de 46.000 aficionados que presenciaron el juego. Solo quedaron los grupos reducidos de aficionados de Tigres que celebraron su octava Liga MX, los jugadores y sus familias sobre el césped. Por los pasillos aún quedaban algunos seguidores rojiblancos que coleccionaban una pila de vasos de cerveza y que resoplaban cuando veían por última vez la cancha. “No nos vamos decepcionados, esto es un proceso”, cuenta Guillermo González, que viajó del norte, Chihuahua, para ver a su equipo caer con estrépito 2-3 frente a Tigres y que se resistía a dejar el lugar.
“Los jugadores no me rompieron el corazón, creo que hicieron un torneo muy bueno, llegaron a la final cuando nadie daba un peso por Chivas. Han demostrado que los mexicanos podemos lograr mucho. Nos tocó perder, toca seguir. Que los otros clubes se cuiden para la próxima”, cuenta Sara Gutiérrez. “No soy entrenador profesional, pero no hubiera sacado a Alexis Vega. Mucho menos a Alan Mozo. Si los hubiera mantenido en la cancha estaríamos hablando de otra cosa”, cuenta Otto Trujillo, un aficionado de 47 años, sobre el punto de quiebre del partido cuando, a 30 minutos del final, el entrenador Veljko Paunovic sacó a su mejor futbolista, Vega.
En la idiosincrasia mexicana existe el término ya merito, el cual hace referencia a la victoria que se esfuma en los últimos minutos o al centímetro que divide la gloria del fiasco. Se ha usado desde siempre: si hubieran metido a Hugo Sánchez en el Mundial de 1994, si el Matador Hernández hubiese anotado contra Alemania, si no hubieran marcado aquel gol de Robben… En el caso de las Chivas rondará esa pregunta: ¿y si hubieran dejado a Alexis Vega en la cancha? “Hay que saber perder”, matiza el señor Aníbal Girón.
El contraste radical de la melancolía rojiblanca era Samuel García, gobernador de Nuevo León, un confeso aficionado a los Tigres. De pequeño le hizo una entrevista a su ídolo, el portero Robert Dante Siboldi que jugaba para los felinos y quedó una fotografía de aquel momento. 22 años más tarde se repitió la escena cuando entró el político a la cancha para celebrar con los futbolistas y hacerse el mismo retrato con Siboldi, hoy entrenador. García, bien enfundado en su camiseta, se codeó con las familias de los futbolistas y partió en el mismo autobús. “¡La gente no lo entiende, somos incomparables. Como la hinchada de Tigres, no hay otra. Nunca la van a igual. Vamos Tigres. Te quiero ver… campeón otra vez!”, se le alcanzó a escuchar por el pasillo que cruza por la sala de prensa. García en completo modo hincha. “¿Cómo no les voy a hacer su estadio? ¡Cómo los quiero!”, dijo en un vídeo que subió en referencia a una de sus grandes promesas.
El guardameta Nahuel Guzmán, ganador de cinco Ligas, llegó al estadio con la bocina en la mano. Es el hombre de la música. En cuanto cruzó por la sala de prensa puso una versión cumbia de Arrancarmelo de WOS, misma que empujó a la selección argentina en el Mundial de Qatar. “Me lo imaginaba así. Esta es la historia de esta institución: caer, levantarse, caer… Hasta aprender a levantarse. Siempre se sale a adelante. Nos dieron por muerto, de que entramos por la ventana. No nos hizo daño nada. Había que insistir, el resultado termina siendo una consecuencia de insistir, de tener resiliencia”, comentó tras el partido.
Guadalajara se entregó por completo a los rojiblancos. Los autos volvieron a asomar las banderas rojiblancas, por las plazas y calles los aficionados portaban sus camisetas. Los aficionados abarrotaron el estacionamiento de su estadio cinco horas antes de que se pitara. Las largas filas marcaron un partido que tuvo que pasar por el filtro del fan ID, un mecanismo para comprobar la identidad de los aficionados y cerrarle el paso a la violencia. O esa es la intención. En las taquillas había una congregación de seguidores de Tigres y Chivas. Un chispazo de insultos agitó el ambiente que terminó con puñetazos y latas arrojadas en cada lado. Los seguidores rojiblancos esperaron la entrada de su equipo al estadio para recibirles con cánticos, mientras que al camión de Tigres les dieron la bienvenida con pedradas. Los incidentes no pasaron a mayores, sin embargo, aún sigue abierta la herida de Querétaro cuando en 2022 sus barras bravas le dieron una paliza de horror a sus similares de Atlas.
Los Tigres se marcharon pronto de Guadalajara con la copa y la fiesta que fue, durante 45 minutos, de las Chivas. Ocho ligas ganadas, seis desde 2011 y una afición que, al menos en Nuevo León, arrasa.