La ruta del tráfico de precursores químicos ilegales para producir fentanilo en México empieza en el puerto de Shanghái, China. Bidones con estos químicos son ocultos en mercancía enviada de manera legal en buques portacontenedores. Una vez que la embarcación llega a costas mexicanas del Océano Pacífico, los químicos son atados con sogas y les coloca un sistema de ubicación satelital. Después los arrojan a mar abierto y son recogidos por pescadores que se movilizan en pangas.
“El GPS es para que los pescadores los ubiquen rápido, y una vez con los precursores en su poder los llevan a una isla donde tenemos una pista clandestina, y dependiendo de la presencia de gobierno se entierran (los bidones) o se amontonan para, en la primera oportunidad, una avioneta los recoja y los acerque a la costa o a la ciudad”, explica un narcotraficante encargado de coordinar la llegada de precursores, y quien dijo trabajar para el Cártel de Sinaloa.
Según pudo observarse durante un acceso concedido a este reportero y al medio británico Sky News, para mover la droga de forma segura el cártel vigila constantemente a elementos de la Marina y del Ejército. Mantienen una red de jóvenes monitores, llamados “punteros”, que los siguen adonde quiera que se mueven mientras van informando vía radios walkie talkie.
Por ejemplo, si los marinos van hacia donde habrá un movimiento de droga, en este caso de precursores, toda la estructura criminal se detiene el tiempo que sea necesario, incluso días. Pero una vez que se notifica que se han desplazado a otras zonas se reinicia el tráfico.
Durante este viaje por aguas y tierras sinaloenses, al coordinador de precursores se le notifica por radio que la avioneta que contiene los químicos ya ha salido, y que podemos ponernos en camino para empezar a documentar el envío.
Las personas que recogerán los precursores suben rápido a sus pangas y se inicia la ruta hacia un lugar desconocido del mar abierto. Al camarógrafo se le pide no grabar ningún punto de referencia, sólo el cielo, el mar y la panga que surca las aguas.
El recorrido en lancha es de poco más de media hora. Al llegar al punto pueden verse los bidones alineados en un islote. La lancha se acerca para recoger el material y transportarlos a tierra firme.
La precisión es fundamental para ellos. Los pescadores no dejan de comunicarse con los “punteros” por radio para saber cuál es el estatus de la ruta de regreso. Uno de los jefes de la estructura criminal aclara a los periodistas que, si durante el regreso aparecen marinos de forma inesperada, ellos huirán a toda velocidad en sus pangas y nos dejará a nuestra suerte donde quiera que esto ocurra. El riesgo es inminente, pero es aceptado. El informe desde tierra es que no hay nada de qué alarmarse.
Se avanza por canales rodeados de manglares. En esta ocasión, el plan les funcionó bien a los narcotraficantes: los precursores, valuados en millones de pesos, llegaron a tierra firme sin ningún contratiempo.
La panga se detiene y, en una operación de minutos, los pescadores bajan los bidones de precursores y los suben a una camioneta que los llevará a una casa de seguridad, en Culiacán, la capital del estado.
“No puede decirse exactamente dónde se hace esta entrega, ni el puerto más cercano de la isla, lo que sí puedo decir es que hay muchas personas vigilando que todo esté bien, e informándonos que no haya gobierno cerca”, dijo el narcotraficante, un hombre que ronda los 35 años y que por motivos de su seguridad pidió que no se revelara su nombre ni su apodo.
Es verdad que buena parte de los precursores vienen de la ciudad de Shijiazhuang, China, afirma el narcotraficante que nos permitió el acceso, pero también hay un porcentaje menor de Rusia, Australia, Malasia, Qatar e Irak. Reconoce que en los últimos meses el trasiego se ha vuelto mucho más complicado, ya que los gobiernos de Estados Unidos y México han iniciado una fuerte cacería contra quienes trafican y producen fentanilo.
Los patrullajes y el uso de drones no han parado.
“Ahora, si meto una tonelada de fentanilo a Estados Unidos, el gobierno de México debe detener tres toneladas para comprobar que está controlando el tráfico”, declara.
El operador del cártel enfatiza que el fentanilo “siempre ha existido”, pero que empezó a ganar relevancia hace seis años, aproximadamente, al grado que desbancó a la heroína, conocida como “chiva de flor”.
“El fentanilo es 50 veces más potente que la chiva de flor, y se vendía más porque es más adictiva, rendía más, era más fuerte, pero también era más letal, y por eso todo está más tenso con el gobierno”, explica durante la conversación que el criminal sostuvo con este reportero.
Esa tensión no ha evitado que los precursores sigan llegando desde China, pero alentó su transporte a través de rutas marítimas.
Muchos de los precursores siguen enterrados en pequeñas islas de las costas sinaloenses.
“Poco a poco estamos trayendo los precursores, por eso cada que vamos procuramos traer lo más que podemos”, reconoce.
Producir el polvo
Los precursores son llevados a una casa de seguridad en espera de que los cocineros los compren para vender el producto a los grandes capos del cártel, o bien sean utilizados directamente por los líderes de la estructura.
“A nosotros nos cuesta producir un kilo dos mil dólares, pero aquí podemos venderlo en tres mil 500, a veces en cuatro mil; ese mismo kilo en Tijuana uno lo revende en siete mil dólares. Pero si uno logra pasarlo a Los Ángeles, allá lo revendes en 12 mil dólares. Pero si el cliente está en Nueva York, allá te lo pagan en 35 mil dólares”, cuenta un cocinero de fentanilo, quien dijo haber comprado la receta para cocinar la droga en 50 mil dólares.
El joven explica que ellos cocinaban heroína blanca hecha con opio, pero debido a que el mercado se fue inclinando hacia las drogas sintéticas debió adaptarse a la demanda del mercado. Y, en un afán por ofrecer lo que se le pedía, terminó comprando la receta, que incluía una explicación sobre cómo maniobrar con el fentanilo, y cómo protegerse del químico.
La charla se logra gracias a la orden directa de uno de los jefes. Dispone que nos permitan documentar la producción de fentanilo en una cocina clandestina que está en medio de las montañas en Sinaloa. El cocinero, no muy convencido, acepta llevarnos al lugar, siempre cuestionando si somos agentes encubiertos de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés) o si realmente somos periodistas.
La duda permanece mientras estamos con él, y no importa explicación alguna que destruya esa idea. La incredulidad del cocinero continúa, pero ante la orden de atendernos de parte de su jefe no le queda opción.
Llegamos a una choza con techo de lámina negra y madera que por la parte posterior se encuentra cubierta con tierra, hojas y piedras para dificultar su visibilidad desde el cielo. En este lugar los dos cocineros comienzan a preparar los utensilios para cocinar la droga.
Uno de ellos corre a varios metros de la choza y, con una pala, comienza a escarbar.
Descubre un tanque de 200 litros semienterrado donde resguardan los precursores y otros ingredientes con los que cocinan el fentanilo.
Mientras extrae botellas y sacos con polvo, el cocinero explica que el fentanilo que ellos entregan es puro, es decir, no contiene ningún corte ni está rebajado con otras sustancias. Añade que quienes realizan este último proceso son los vendedores en las calles de los Estados Unidos que cortan la droga hasta 10 veces.
“Uno nomás la cocina, pero quienes la manipulan y la cortan o la dejan muy fuerte son los vendedores en las calles de Estados Unidos. Los gringos nunca dicen eso ni se escucha nunca que agarren a los que la venden en las calles, y nos echan la culpa a nosotros de que estamos matando gente”, dice el joven entrevistado antes de que se diera a conocer la operación Última Milla, que se trató de la detención de vendedores de fentanilo en las calles de los Estados Unidos asociados a los cárteles de Sinaloa y Jalisco.
Una vez con los precursores y otros ingredientes en su poder, los dos cocineros empiezan a prepararse para evitar, o al menos minimizar una posible intoxicación que en la mayoría de los casos resulta mortal. Camisa gruesa de manga larga, rostro cubierto con una mascarilla con acrílico transparente al frente y dos válvulas para respirar, además de guantes y un delantal de plástico grueso que les cubre el cuerpo.
Sólo entonces ambos cocineros se disponen a mezclar los precursores que han cruzado el océano de manera clandestina.
Valiéndose de mezcladoras industriales que sostienen con ambas manos, uno de ellos empieza a revolver los químicos que compran en México, como el acetato y el bromometil, con los precursores venidos de China, particularmente uno al que ellos se referían como “propionilo”, que es en realidad el Cloruro de Propionilo, una sustancia controlada desde 2021, como parte del combate al fentanilo ilegal.
Así, entre vapores capaces de intoxicar a cien personas al mismo tiempo, se inicia la primera de tres fases para producir la droga sintética. A petición de los dos cocineros que no rebasan los 25 años, se acuerda mantener una distancia cauta para no intervenir en la producción de la droga, la cual debe ser de al menos dos metros. Desde esa distancia, sin embargo, pueden apreciarse los gases elevarse y correr en todas direcciones.
Se escucha el motor de la mezcladora y ambos cocineros cuidan no desperdiciar una sola gota del precursor. Es dinero. La actitud tiene sentido: el propionilo lo compran en 7 mil pesos el litro. Sin este ingrediente es imposible producir la droga. Pero también se mezcla con un ingrediente conocido por ellos como “79”, otro precursor que también viene de China y por el que pagan 500 dólares el kilo, para al final agregar un último químico conocido como “Boc 22”, también traficado desde China.
“Son tres fases: la primera en que se hace la galleta y que es cuando se mide la cantidad de propionilo a usar y cómo se va a mezclar con acetona y agua para lograr una reacción química, entonces se procede a agregar el ‘79’, que provoca una mezcla más sólida. Entonces pasan la droga a otro contenedor, donde los exprime con una manta blanca para seguir con el último paso que es agregarle calor para que se complete la reacción química y quede listo el fentanilo”, explica uno de los cocineros, siempre celoso de su receta.
Lo que resta es colocar el producto en una cacerola plana y ponerlo bajo el sol unas dos horas para que el fentanilo seque y quede listo para llevarlo a una nueva locación.
Los pedazos, que parecen piedras de yeso, son licuados hasta convertirse en un polvo muy fino color blanco. Después es pesado y empacado.
A partir de ese momento, el dueño de la droga puede venderla como está o continuar un nuevo proceso: tomar el fentanilo y mezclarlo con otros ingredientes, incluyendo azúcar, para producir las pastillas M-30.
Las muertes anónimas
La intoxicación de cocineros de fentanilo en Culiacán ha aumentado en los últimos meses, de acuerdo con los mismos cocineros de esa droga, y se está dando porque quienes cocinan fentanilo no toman las medidas necesarias para evitar respirar los gases cuando la preparan, ya sea porque se confían y se quitan las máscaras antes de tiempo, o porque manipulan la droga sin los trajes adecuados.
Esa información fue corroborada por la encargada de una farmacia ubicada cerca del Hospital General de Culiacán, donde tratan a personas intoxicadas por sobredosis. Venden al menos cinco paquetes del medicamento naloxona por semana.
La naloxona revierte las sobredosis de opioides, incluida la heroína, el fentanilo y otros medicamentos recetados. Es utilizada en Estados Unidos y Canadá.
“Cuando una persona empieza a tener problemas para respirar, o está como que se desmaya, o trae muchas ganas de vomitar, ya sabemos que está intoxicado, y rápido lo llevamos al hospital porque si no, se nos puede ir”, dice un cocinero.
Esto explica un señalamiento del secretario de Marina, almirante José Rafael Ojeda Durán, que durante la conferencia presidencial del pasado 4 de mayo intentó desacreditar el acceso periodístico para la elaboración del reportaje de Sky News.
Ojeda Durán insistió en que la cocina vista en el canal inglés, que es el mismo acceso para este reportaje, no era de fentanilo. Uno de los elementos que destacó es la falta de cuidado de los cocineros. Sin embargo, la realidad es que los que preparan la droga no tienen la formación adecuada para manipular los químicos y muchos de ellos fallecen en el proceso.
“Sí hemos sabido que han muerto cocineros cuando cocinan, porque respiran los gases o por descuidos, pero no le sabría decir cuántos”, afirma otro cocinero cuestionado sobre el peligro que significa producir esta droga.
Fentanilo en cifras
12,000
DÓLARES cuesta el kilo de fentanilo puesto en Los Ángeles. En Nueva York es más caro.
2,000
DÓLARES les cuesta producir un kilo. El precio crece entre más se acerca de la frontera.
“Los precursores
no se producen aquí, pero todo lo demás sí… tal vez las personas que le informan al presidente no le están diciendo la verdad”.
COCINERO DE FENTANILO
Fentanilo; viaje a una cocina del cártel de Sinaloa
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