Tenía ocho años y medía poco más de un metro cuando empezó a jugar lo que en México se conoce como tocho bandera. En esta modalidad del fútbol americano está prohibido el contacto físico, como los placajes o los choques, que se sustituyen por quitarle al contrincante las cintas que lleva amarradas a la cintura. Pero el objetivo es el mismo: llevar el balón a la línea rival. Flores lo vio por primera en un parque cuando jugaba con su padre y quiso entrar a formar parte de esa intensidad. “Yo venía de practicar ballet, gimnasia, jazz y me impactó ver toda esta adrenalina dentro del campo”, relata a EL PAÍS.
En 2006 apenas había categorías para jugar tochito, por lo que Flores entró en un equipo con jóvenes que le doblaban la edad. Ese primer obstáculo, ya de inicio, lo marcó todo. Acompañada de sus padres, Flores llegaba 30 minutos antes de que empezara el entrenamiento y se iba la última. El entrenador mandaba dar cuatro vueltas al campo y lo que sus compañeras resolvían en cinco minutos, a ella, chiquitita pero incansable, le costaba 20. “Ellas ya estaban en otra actividad pero yo seguía corriendo, hasta que terminaba”, recuerda con ternura.
El equipo femenil de Águilas Blancas, del Instituto Politécnico Nacional, comandado por Julio Ocaña, tenía una tarea antes de cada sesión: quitar las piedras para poder entrenar. “El club en el que empecé tenía un estadio enorme: con pasto natural, gradas e iluminación. Bueno, ahí yo no empecé a jugar. Yo empecé a jugar en el campo de atrás, lleno de tierra y lleno de piedras, porque no nos permitían pisar a nosotras el campo, no podíamos ni siquiera correr en la pista alrededor, porque decían que distraíamos a los niños”, señala. “Decían que nosotras solo íbamos a divertirnos y el deporte en serio era de ellos. Así que nosotras llevábamos una bolsa de basura y los primeros 15 minutos limpiábamos el lugar”.
Segundo obstáculo superado.
Diana Flores cuenta que tardó dos meses en marcar su primer punto de flag football. Ella solo salía en los puntos extras que conseguía su equipo y recuerda que recibió el balón y se echó a correr, seguía en sprint cuando se pasó la línea de anotación y sus compañeras saltaron al campo a celebrarlo. A los 10 años se convirtió en la quaterback del equipo, la posición clave para distribuir el juego, a los 12 se convirtió en la MVP —la jugadora con más puntos marcados— en un torneo en Canadá donde jugaba contra universitarias, a los 13 entró en la categoría llamada major, la más alta de México, y a los 14 empezó a jugar con niños en Ciudad de México.
El flag football es ahora un deporte habitual para los equipos mixtos, a diferencia de otros como el baloncesto o el fútbol. No lo era tanto cuando le tocó a Diana. Entonces había una regla que permitía a los equipos incluir a un jugador extra si incorporaban a una niña a su plantilla, para “suplir”. “Varios equipos hacían eso: metían a una niña que estaba dentro del equipo, pero no jugaba, estaba en la banca, y a cambio tenían un niño más. Entonces al principio era algo así conmigo. Me metían al campo, pero al momento de la jugada me sacaban. Fue un proceso de demostrar, con disciplina, con determinación, con trabajo, que merecía estar ahí, o sea que era lo suficientemente buena para estar ahí”, dice.
De la desconfianza pasó al enfado de sus compañeros: “¿Cómo va a entrar ella en mi lugar?”. Describe entrenamientos rudos con golpes y rodillas ensangrentadas, “querían tronarte, doblarte, para decir yo soy más fuerte, yo soy mejor”. “Pero yo quería demostrarles que sí podía: me vas a tirar, pues bueno, tírame 10 veces porque las 10 veces voy a regresar”. Inquebrantable, como película de Hollywood, Diana Flores consiguió un hueco entre ellos, hasta que sus compañeros la defendían de los comentarios sexistas de los otros equipos: ¿cómo te va a quitar la cinta la niña? ¿Cómo te va a ganar corriendo la niña? ¿Cómo te va a anotar la niña? Y la niña seguía y seguía.
“Fui la primera latina en jugar el Nacional de NFL de flag football en Estados Unidos con una selección de Pensilvania, con 15 años. De ahí seguí jugando en la sub-18 juvenil de hombre. Era la única mujer”, describe, lejos del victimismo: “Todo eran experiencias bastante lindas que justamente me ayudaron a retarme todo el tiempo, a salir de mis límites y ayudó a que cuando yo regresé a México a los 16, entré en la selección mexicana”. Desde entonces ha disputado cinco competencias; en la última, en junio de 2022, contra la entonces campeona de Estados Unidos consiguió llevar al equipo a la medalla de oro. En ese último partido completó 20 de 28 intentos de pase para 210 yardas y cuatro touchdowns.
Con un estilo de juego explosivo y creativo, rápida, ágil, Diana hace movimientos impredecibles. Un video de 15 segundos, grabado en un partido con su actual equipo Borregos, del Tecnológico de Monterrey, la muestra girando con el balón mientras se inclina y sus piernas cortan. Las imágenes se volvieron virales preguntándose quién era esa muchacha talentosa que esquivaba adversarios sin despeinarse.
Llegó el anuncio de la Super Bowl y todo se precipitó. Después del espectáculo de Rihanna y su embarazo apareció durante dos minutos el talento de Diana. El mensaje final decía: “No podemos esperar a dónde van a impulsar el fútbol las mujeres”. En febrero la ficharon como coordinadora ofensiva para el Pro Bowl, el partido de las estrellas de la NFL, que este año se jugó en formato flag football. Al lado de la leyenda del fútbol americano Peyton Manning como entrenador, Flores dio indicaciones a los mejores jugadores de la liga nacional. “Cuando tuvimos la primera junta con los jugadores, quise presentarme”, cuenta.
“Hola, mucho gusto. Soy Diana Flores, yo los conozco a ustedes, sé que ustedes no me conocen a mí. Todavía. Tengo 17 años de experiencia en este deporte, nueve representando al país, tengo tres medallas, una de bronce, una de plata y una de oro, soy considerada una de las mejores jugadoras del mundo de flag football. Yo sé que ustedes son lo mejor en su deporte, yo soy la mejor en el mío”, dice que dijo de carrerrilla. “Hay veces, donde tienes que levantar la voz y tomar lo que es tuyo. Es algo que tenemos que enseñar a las niñas”. Después del discurso y los entrenamientos escuchó a los mejores jugadores de la liga llamarla: “Hey, coach D”.
En su barrio, en el Casco de Santo Tomás, la paran y la abrazan los vecinos que la veían desde niña a las ocho de la noche lanzando en la calle con su padre, que la vieron salir cargada de mochilas a las cinco de la mañana para ir a la universidad, donde consiguió la primera beca para una mujer que juega tocho bandera. “Que me digan ‘qué padre que estás ahí, nos representas, me llena de orgullo, no tiene comparación”, dice. La representación se ha convertido en una de las grandes inspiraciones y responsabilidades de la joven: “Para mí escuchar yo quiero ser como Diana Flores y estar en la NFL, para mí es una de las victorias más grandes de mi vida, simplemente sembrar eso. A mí me hubiera gustado tener ese referente cuando era niña, entonces me llena de ilusión pensar en hasta donde van a llegar, las niñas y mujeres en un futuro, sabiendo que pueden soñar en grande y que esto es una realidad a la que puedan aspirar”.