Los romanos, hábiles en el manejo de la política, dictaron su sencilla fórmula: Al pueblo, para mantenerlo contento, hay que darle pan y circo. Y como en la antigua Roma, a diario nos entregan nuestra ración de circo con el moderno César a la cabeza y toda su Guardia Pretoriana ataviados con un deslumbrante ropaje de combate a la corrupción.
Patricios y plebeyos por igual tienen su grado de responsabilidad en esta estrategia que poco a poco empieza a desgastarse. El ejercicio del poder desgasta. Es una máxima que nunca falla.
Políticos tocados por la gracia divina del César y parte del pueblo que recoge monedas que les tira el poder para mantenerlo tranquilo, ya lucen devaluados. Como las mismas monedas.
Los actos circenses se repiten un día sí y otro también. La arena, antes pisada por gladiadores y leones que entretenían al público, se convirtió en un show mediático que ya cansa al respetable.
Antes el Senado de la antigua Roma era un real contrapeso del emperador. Hoy deja mucho qué desear.
Por eso la mayoría del pueblo clama por la llegada de un moderno Espartaco.
Por el lado de los partidos no llegará.
Quizá por rumbos de la llamada sociedad civil haga su aparición.
Pero por lo pronto el escenario luce desierto.
Patético pero real: En un país de casi 130 millones de habitantes no hay un Espartaco en ciernes.
Claro, el circo no nada más lo brinda el imperio de la 4T. Hacen su modesta aportación otras fuerzas, como el PRI, cuyos grupos se disputan lo que queda del otrora partidazo.
Por lo pronto una ración de poder se disputa en la arena legislativa.
Allí los patricios tricolores recibirán monedas por su aportación al movimiento transformador.
Genuflexión será la acción natural, en señal de reverencia, sumisión o adoración. Vaya usted a saber.
Pero sin duda doblarán ambas rodillas.
Dicen que percepción es realidad.
Y la percepción a nivel nacional es que el PRI sigue hundido en un terreno fangoso, de arenas movedizas.
El cambio generado por la anterior elección presidencial fue letal: Pasó de la cima a la sima.
Su todavía dirigente, Alejandro Moreno Cárdenas, fracasó en su misión de reconstruir al tricolor.
No tuvo ganas ni capacidad.
Ahora los factores de poder deben permitir el paso a nuevos liderazgos que vengan a trabajar la ansiada reconstrucción.
El desenlace ya lo sabemos: Alito, como se conoce al ex gobernador campechano, nunca pudo quitarse esa fama de ser impulsado por el presidente Andrés Manuel López Obrador.
Con todo y la cargada de casi todos los gobernadores priistas, nunca logró resucitar al PRI.
Alito intentó copiar modelos extranjeros, como la Concertación chilena y el PSOE español, para presentar al PRI como un partido de centro-izquierda para llegar a las clases intermedias.
Hoy su política es de pataleo: La imagen negativa del PRI, de acuerdo a reportes, sería de un 70 por ciento. Y entre los electores de menos de 45 años el rechazo sube al 80 %. La medición es similar entre hombres y mujeres.
Todo hace suponer que en el PRI viene un intento de reconstrucción. La consigna podría ser devolver el partido a la militancia. Sí, es una frase demasiado trillada pero hoy sería realidad. O al menos lo intentarán.
Porque el ex viejo partido de Estado se juega su futuro.
Su supervivencia.
Para que funcione deberá ser todo un movimiento.
Pero cuidado: Ese movimiento podría ser el de la 4T.