MIAMI, FL.- El viernes ocurrió algo insólito en este país: el presidente de la República acudió al Congreso para reunirse con los legisladores de su partido y discutir con ellos el paquete de infraestructura, a puerta cerrada y sin celulares.
Fue un acto de humildad y de arrojo sin precedentes.
Un acuciante imperativo de sobrevivencia política llevó a Joseph Biden a presentarse casi sin aviso en las puertas del Capitolio, porque en estos días se juega su reelección frente a Donald Trump en 2024.
Mucho más que eso. El Partido Demócrata se debate entre “ser o no ser”.
Si no son capaces de ordenar civilizadamente la migración, ni acabar con el Covid aun teniendo vacunas de sobra, y tampoco pueden lograr que los niños que viven bajo la línea de pobreza vayan desayunados a una buena escuela, ni financiar el plan de energías limpias para mitigar el cambio climático, ¿qué sentido tenía ganarle a Trump?
¿Para qué quiere gobernar el Partido Demócrata?
Ya ganaron, tienen mayoría en las dos cámaras, y ni así pueden.
Biden se encerró con sus legisladores para ponerles los pies en el piso.
Sin ningún triunfo entre las manos, ¿qué van a presumir ante sus electores en los comicios intermedios del próximo año?
Peor aún: llegarán a sus distritos a decir que la agenda demócrata no avanzó, por culpa de… los demócratas.
Es que los republicanos todavía no han metido las manos, y el paquete de infraestructura, vital para la sobrevivencia del gobierno, está detenido (por ahora) en el campo demócrata.
Biden propuso un proyecto de inversión en infraestructura física de un billón 200 mil millones de dólares, y otro de infraestructura social por 3 billones 500 mil millones de dólares a gastar en 10 años.
Los legisladores progresistas del Partido Demócrata dijeron que no votarían el plan de infraestructura, consistente en carreteras, puentes, puertos, etcétera –para el que hay amplio consenso–, mientras no haya acuerdo en el programa de infraestructura humana.
Para explicarlo en lenguaje que nos es familiar: cuando ellos dicen “primero los pobres”, exigen que ese planteamiento se concrete en el presupuesto, y no sólo sean discursos y promesas.
Ello incluye prekínder universal, recursos para guarderías, apoyo para el cuidado profesional de ancianos, escuelas equipadas, expansión de los servicios médicos a bajo costo, escuelas, internet de banda ancha para todos, apoyo económico por cada hijo en familias en condición de pobreza, licencias con goce de sueldo por embarazo o enfermedad, transición acelerada a energías limpias, entre otros puntos.
Los moderados dicen que un plan de tres y medio billones de dólares, “por ahora”, es un exceso. Va a provocar aumento del déficit e inflación. Deuda, que pagarán futuras generaciones. Aceptan “sólo” un billón 500 mil millones en infraestructura social.
Ambas partes tienen buenas razones para sustentar sus puntos de vista, pero los mataría no llegar a un acuerdo y ser ellos quienes frenen a su propio gobierno.
A eso fue Biden al Capitolio el viernes: a convencer, a salvar al Partido Demócrata, a no perder por adelantado su reelección.
En la prensa de Estados Unidos señalan, desde los dos lados del tablero político, que el presidente se puso del lado de los progresistas y acudió a forzar un arreglo cercano a su propuesta de 3.5 billones de dólares.
Y los republicanos se frotan las manos.
Un senador usualmente equilibrado, como Mario Rubio, por Twitter acusó al programa de Biden: “Esto ni siquiera es socialismo… es marxismo”.
Polarizado como está EU, esas palabras tienen efectos de preocupación entre la gente. Más aún aquí Florida.
Seguramente Biden va a alcanzar el apoyo de su partido en torno a una cifra de 2 billones de dólares.
Para su desgracia, los dos billones (de lograrse) no van a dejar contentos a unos ni a otros.
Más allá del desenlace de las negociaciones sobre infraestructura, este impasse muestra que las divisiones entre moderados y progresistas, dentro del Partido Demócrata, llegaron para quedarse durante el resto de la legislatura.
Si logra un acuerdo de 2 billones, que lo festeje el presidente.
Y el resto de su presidencia tendrá que trabajar de apagafuegos para sofocar las llamas que salen desde las dos fracciones de su partido, cada vez más alejadas ideológicamente, en un laberinto de desconfianza mutua.
Mientras los demócratas se distancian, Trump unifica a su base.
La semana pasada tuvo expresiones de solidaridad con los alguaciles que fueron suspendidos porque atacaron, a caballo y látigo en mano, a migrantes haitianos.
Eso se juega en estas semanas.
Biden o Trump.