En las recientes elecciones del 6 de junio se confirmó lo que sabían tirios y troyanos: El PRI está agonizando, moribundo, sin oxígeno, como un infectado por el Covid-19.
Y efectivamente, el tricolor fue borrado del mapa electoral en la tierra de su fundador, Plutarco Elías Calles.
Perdió todo, hasta la dignidad y el valor para enfrentar su realidad. Hasta ahora nada han dicho sobre la derrota sus dirigentes y el candidato a gobernador derrotado.
Actualmente nadie habla sobre la reconstrucción del PRI Sonora.
No hay culpables.
Ni argumentos para justificar la humillación.
¿Qué pasó en la jornada electoral?
¿Cuántos priistas vendieron su conciencia?
¿A cuántos compraron?
Son preguntas sin respuesta.
Lo que sucedió el 6 de junio son sólo especulaciones.
Pero hay una verdad de a kilo: Los operadores electorales, esos que saben movilizar a votantes, nunca fueron convocados.
En ese pequeño mundo de operadores se preguntaba: ¿Oye, te llamaron?
No, fue la clásica respuesta.
Fueron cientos, quizá miles, los que se quedaron esperando el llamado de los jefes del partido.
Entonces ya se podría asegurar que venía la derrota.
Jugaron a perder.
Ya mataron al PRI.
Ahora faltaría por saber si lo sepultan o simplemente cambian de nombre.
Porque ya no contarán con el apoyo del gobierno estatal o del grupo de mecenas que, seguramente, se deslindaron del partido desde antes del 6 de junio.
Y todavía falta a los pocos priistas que queden aguantar los insultos de los morenistas, que a partir de septiembre serán el partido en el gobierno.
Obviamente el gobernador Alfonso Durazo mandará pero desde las sombras. Para esa tarea contará con algunos coordinadores, como el político defeño Jesús Salvador Valencia Guzmán, el tradicional operador político de Marcelo Ebrard y recientemente de Alfonso Durazo.
Aquí vino a organizar la estructura morenista.
El plan se repitió. Fue similar a la elección presidencial de 2018, cuando con el mismo Valencia, Marcelo Ebrard logró llevar los votos necesarios al hoy presidente Andrés Manuel López Obrador en el territorio de la zona del pacífico. Valencia estuvo en Sonora.
Antes de combatir al crimen organizado al lado de Durazo, el flamante operador de la campaña morenista fue delegado en Iztapalapa, donde en estado inconveniente chocó en una Jeep Grand Cherokee.
De origen perredista, Valencia emigró al partido de AMLO “porque colaboré con Andrés Manuel López Obrador y Marcelo Ebrard Casaubón en la Jefatura de Gobierno”, se lee en una reseña de la memoria periodística.
También esa memoria guarda que siendo jefe delegacional en Iztapalapa, Valencia Guzmán escondió durante semanas al entonces alcalde de Iguala en fuga, José Luis Abarca y su esposa María de los Ángeles Pineda, posteriormente detenidos por el caso de la matanza de los 43 normalistas de Ayotzinapa.