HERMOSILLO.- Zulma y su esposo se levantan a la 1:00 de la madrugada, toman dos cubetas y se suben a la caja de un pick up con otras personas más. El auto conduce más de 80 kilómetros desde Hermosillo hasta la pequeña localidad de Carbó, donde los espera la oscuridad del desierto sonorense. Su objetivo: recolectar pitayas de los cactus.
Este fruto del desierto es uno de los favoritos de los sonorenses. Todos los años, entre junio y julio ya esperan a los “pitayeros”, como Zulma para probar el dulce manjar de color rojo. Por ello, cada año, ya es una tradición familiar para la mujer ir a esta zona y recolectar pitayas para su venta.
Ataviada de ropa holgada, que le cubre hasta las muñecas de los brazos y una gorra para tapar su cara de los rayos del sol, cuenta a La Silla Rota la odisea que hacen diariamente ella y varios miembros de su familia para obtener este fruto.
“Allá vamos todos los días, las recogemos de los cactus, pero a veces batallamos con los raites, los transportes, como somos muchos con cubetas, a veces no nos suben a todos”.
La madre de familia detalla que deben pagar 600 pesos a las personas que organizan el transporte para las diferentes zonas a donde van: Agua Salada, El Pinto, El Oasis, lugares llenos de cactus, quienes cobran por cubeta llena.
Sin embargo, ellos mismos deben llevar su lámpara y recolectarlos con una herramienta que se llama “pitayero”, una palo largo de madera con cuatro picos en la punta que les permite alcanzar las pitayas hasta lo más alto del cactus.
Esta fruta, como la misma planta, está forrada de largas espinas, por eso deben ser muy cuidadosos al tomarlas. Después, para su venta, Zulema y su esposo las limpian, para que queden libres de peligro y las personas las puedan comer sin problemas.
Por dentro, las pitayas son de color rojo intenso con pequeñas semillas negras. Por fuera, son de color verde, como los mismos cactus del desierto sonorense.
LA COVID-19 Y LA CUARENTENA BAJÓ SUS VENTAS
La temporada pasada, en junio de 2020, cuando las autoridades implementaron la cuarentena y el “quédate en casa”, vendedores ambulantes como Zulma y su esposo se vieron afectados, con bajas ventas.
Cuenta en entrevista que vende cada pitaya a 10 pesos y al día gana cerca de 2 mil 500 pesos; pero el año pasado, sus ganancias se redujeron a la mitad y se le dificultó obtener dinero para su familia.
“Nos fue muy mal, ahí si nos tronó, nos fue muy mal… ganaba la mitad menos, estuvo muy feo la verdad, la gente no andaba en la calle, se nos quedaba la cubeta casi llena”, lamenta.
Del poco dinero tenían que pagar servicios de su casa y alimento para sus tres hijos, pero no fue suficiente.
Sin embargo, ante la reducción de medidas sanitarias y el aumento de la movilidad de los ciudadanos, este año pinta bien para los pitayeros. Por lo que Zulma espera que sus ingresos regresen a la “normalidad” y pueda tener más ganancias.
Todos los días, la madre de familia carga su cubeta a una de las aceras del Centro de Gobierno, en Hermosillo, que comprende de dos grandes edificios de oficinas gubernamentales y el paso de gente es muy grande.
Ella se coloca bajo la sombra de un árbol, con ropa que la cubra del sol y ofrece las pitayas a todo el que pase por ahí.
“Pitayas, lleve su pitaya. Solo diez pesos por una pitaya, llévele”, se escucha su voz a lo lejos para que más personas se acerquen.
Zulma tiene más de ocho años colocándose en este punto para la venta del fruto del desierto sonorense y espera seguir más temporadas para llevar el manjar al paladar de quien pase por ahí.
ALIMENTO ANCESTRAL EN SONORA
De acuerdo con investigadores del Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo (CIAD), el consumo de este fruto se da desde épocas ancestrales, con los pueblos originarios como los seris y yaquis que habitaban en las zonas desérticas de Sonora.
Su principal beneficio es la gran cantidad de antioxidantes que se necesitan en la población que vive en lugares áridos, por las altas temperaturas a los que están expuestos.
Algunas de estas comunidades indígenas tienen sus recetas ancestrales de dulces típicos y bebidas; en la actualidad, algunas etnias se dedican a su recolección y venta para obtener recursos y subsistir.
Por otra parte, algunos comerciantes ya han “modernizado” el consumo de la fruta con la venta de nieves de pitaya, raspados, tamales y también otro tipo de bebidas con su jugo.
Aunque hay diferentes tipos de pitayas, en otras zonas áridas de México, la pitaya sonorense es única y solo se puede encontrar en este lado del país.
Marlene Valero/La Silla Rota