La salida de Vanessa Rubio del Senado fue igual de sorpresiva que la de José Ángel Gurría de la OCDE hace solo una semana. De hecho, ambas figuras están conectadas, porque quien asesora a la ex senadora para encontrar trabajo en Londres, según dicen en la bancada priista, es el propio Gurría, que fue su jefe y se refiere a ella como una de sus protegidas más brillantes.
Ambas partidas encuentran su lugar común en la llegada de Emilio Lozoya a México. Gurría, según creen en Palacio Nacional, deja la OCDE porque teme que Lozoya hable de la relación que supo construir con Marcelo Odebrecht.
La salida intempestiva de Rubio, en tanto, que le hace perder un asiento al PRI en el Senado, se asocia a su rol como estrecha colaboradora de Luis Videgaray y José Antonio Meade, personajes que podrían también ser apuntados por el ex director general de Pemex.
Es notable. Rubio, en el ámbito de lo privado, desprecia la política agonal, la pelea por el poder, la operación electoral. Pero todo lo que ha conseguido en su carrera ha sido gracias a los políticos.
Este tipo de reflexiones afloran en el Senado en las últimas horas. En el CEN del PRI cuentan que Rubio habló ayer por la tarde con Miguel Ángel Osorio Chong, con quien ha generado una buena relación. No hubo forma de hacerla cambiar de opinión. Más allá de su mensaje, la realidad es que no tiene trabajo alguno esperándola en Londres ni tampoco obligaciones académicas. Su esposo es arquitecto y nunca ha trabajado fuera de México. La velocidad de sus movimientos es lo que le da un aire de huida o escape.
Sus allegados la defienden bajo el argumento de que el Senado tiene fueros y que si tuviera algún temor a consecuencias legales no perdería esa cobertura legal ni anunciaría su destino.