Un estudio reciente de la unidad de inteligencia del prestigiado diario The Economist sobre Índice de Democracia, coloca a México en su nivel más bajo desde que inició su publicación, en 2006. Nuestro país está en el rango de “Democracias imperfectas” y a unas cuantas décimas de punto de entrar al grupo de “Regímenes híbridos”, aquellos que surgieron de gobiernos autoritarios y en procesos democráticos incompletos.
El escenario representa una voz de alerta para un país empeñado en dividir, generar encono, revanchas y venganzas, en pretender marcar un parteaguas que todo el pasado se construyó bajo el sello de la corrupción y que a partir de hace poco más de un año el cambio descansa en la honestidad.
Sí, estamos acostumbrados a que México se reinventa cada sexenio. Pero eran cambios de maquillaje, de discurso. Hoy, en el nuevo sexenio, se les pasó la mano en su rol de modernos avengers. Todo se centra en dividir al país y enfrentar a los mexicanos, en una pelea sin ton ni son. El chiste es madrear. La proclama central: Los de antes eran malos. Ahora somos buenos, los que vamos a salvar al país.
Sin embargo, hay crisis por todos lados.
Entre buenos y malos ni a quien irle.
Por eso habría que prestarle una poquita de atención al presente estudio del Economista.
Que advierte: El funcionamiento de la democracia mexicana está bajo escrutinio, dentro y fuera del país, con fuertes críticas después de un año de gobierno de López Obrador.

México aparece como la última de las democracias imperfectas, a nueve centésimas de lo que The Economist define como un régimen híbrido: Las elecciones tienen irregularidades sustanciales que a menudo impiden que sean libres y justas. La presión del gobierno sobre los partidos y candidatos de la oposición puede ser común. Las debilidades graves son más frecuentes que en las democracias asombradas: en la cultura política, el funcionamiento del gobierno y la participación política. La corrupción tiende a ser generalizada y el estado de derecho es débil. La sociedad civil es débil. Por lo general, hay hostigamiento y presión sobre los periodistas, y el poder judicial no es independiente.
¿Usted, caro lector, ve alguna coincidencia del México actual con esta definición de régimen híbrido?
Bueno, van otros datitos del estudio: México tiene la mayor puntuación de participación política, con un 7.22, mayor incluso que las llamadas democracias plenas y la menor de cultura política, con 3.13, peor que los regímenes autoritarios.
¿Qué significa esto?
Al decir de los analistas de The Economist esto significa que mientras los mexicanos se manifiestan, protestan, debaten, se organizan, eligen representantes y se unen a partidos políticos, también desconfían de la democracia, están desilusionados de los partidos políticos tradicionales.
Esto ha socavado la confianza en la democracia misma y la pone en peligro.
Y en este punto una observación que bien puede prender todos los focos rojos del tablero político: Esto aumenta el deseo por un líder fuerte que no dependa de elecciones ni rinda cuentas a un parlamento. O el deseo de ser gobernado por tecnócratas o incluso por militares. Aumenta el número de mexicanos que piensan que la democracia no es buena ni para mantener el orden ni para prosperar económicamente. Por eso es que México aparece abajo como la última de las democracias imperfectas, a nueve centésimas de lo que The Economist define como un régimen híbrido.
Como todo estudio, el que hoy presentamos deja su enseñanza: Si los políticos no pueden, el pueblo depositará su confianza en mandos militares, con o sin golpe de estado. El general secretario de la Defensa Nacional, Luis Cresencio Sandoval González, podría ser ese líder fuerte. La democracia, es justo reiterarlo, no es buena ni para mantener el orden ni para prosperar económicamente.
Queda la duda: ¿Cambiarán los políticos antes que los militares tomen el control del país?
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