LEÍ AYER UN EMOTIVO REPORTAJE en TRIBUNA acerca del reconocimiento que el Instituto Tecnológico de Sonora le otorgó a don JAVIER ROBINSON BOURS ALMADA, como un cajemense distinguido.
Leí, igualmente, diversas expresiones de respeto y reconocimiento a este sonorense de excepción.
De algunos de sus hijos. Del rector del ITSON, JAVIER VALE.
No hace mucho —menos de un mes— tuve en suerte ver un video en el que se hace un recuento de las fechas más significativas en la trayectoria de vida de don Javier.
Me gustó el compendio. La síntesis de una existencia luminosa. Generosa sin titubeos y cercana a la gente de su tiempo. No solo a sus seres queridos, que es lo más natural. También a sus colaboradores. A quienes trabajan en sus empresas. A los organismos altruistas. A los hombres y a las mujeres entregados y entregadas a su religión en aras de ayudar a los más vulnerables.
Leí y escuché y vi todo esto.
Y debo confesar que, de cuando en cuando, me detenía. Reconocía en esos paréntesis, pasajes que me resultaban familiares. Vi pasar con mis recuerdos una mínima parte de mi vida. De mi adolescencia. De mi juventud.
Vi a muchos de mis amigos mayores que ya se fueron. Les vi cerca de don Javier. En los tiempos dorados de la política local.
Don Javier, el alcalde de Cajeme en aquel trienio 1967—1970.
La memoria se convirtió en pasarela de reminiscencias. La foto cotidiana —casi cotidiana— de don Javier y doña Alma, su compañera de siempre. Una muy bella primera dama de Cajeme. Una pareja magnífica. Amada por el pueblo de Cajeme. Carismática. Afable. Amorosa con el pueblo.
Y vi a mis amigos en esta pasarela: al ‘Duende’ HÉCTOR SÁNCHEZ HIDALGO. A MANUELITO CÓRDOBA. A RODOLFO DEL MANZO…
Yo todavía no me iniciaba en este oficio. Apenas mal pergeñaba un soneto. Un acróstico. Aún no escribía mi primer relato. De hecho, ni siquiera sabía qué rumbo tomaría mi vida.
Eran los tiempos del faustinismo.
La turbulenta campaña de 1967. El ascenso de don FAUSTINO FÉLIX SERNA a la Gubernatura de Sonora.
Y el de don Javier a la Alcaldía de Cajeme.
Luego sobrevendrían las campañas federales. Don Javier diputado federal. La gubernatura a tiro de piedra.
Pero esto es solo un referente político en la vida de don Javier. Él fue y es, mucho más que eso.
En realidad, lo mejor de su camino por la vida, se relaciona con lo que fue capaz de sembrar, de crear para el desarrollo del sur de Sonora.
Él ha sido un horcón de en medio para la economía y el bienestar de muchísimas personas del sur del Estado.
Ciertamente, el reconocimiento como Cajemense Distinguido que le confiere el Itson, es más que merecido. Diría que cuando se piensa a quién otorgar este meritorio homenaje, el nombre de don Javier R. Bours Almada salta de inmediato.
En cualquier circunstancia. En cualquier rubro.
Pero siempre oportuno. Siempre por derecho propio. Sin efemérides de por medio.
Habrá quienes se comprometan con la idea de hacer una semblanza concienzuda de don Javier. Sus logros. Sus grandes proezas en los negocios. Sus más recordables obras de caridad. Todo lo que ha sido. Todo lo que ha dado a la humanidad.
Todo esto lo escribirán otros.
Yo solo he querido recordar lo que la vida me ha permitido conocer de este ciudadano extraordinario. Incluso, mis ocasionales encuentros con él en el trafago inevitable de la política.
Como aquel trayecto en autobús de Yécora a Bámori, en lo más alto de la sierra sonorense.
La memorable interpretación de don Javier y OCTAVIO LLANO ZARAGOZA, de ‘Hay unos ojos’. Con asombro, atestiguaban RAMIRO VALDEZ FONTES. Si no recuerdo mal, ROBERTO SÁNCHEZ CEREZO. El propio candidato a gobernador EDUARDO BOURS CASTELO y, desde luego, el columnista.
¿Cómo olvidar estos recuerdos?
En mi caso, mi conocimiento de don Javier se ha dado en dos etapas.
Cuando le miraba desde la perspectiva del ciudadano anónimo y del periodista que ha tenido cercanía con la política y con los políticos.
En una y en otra, mi admiración por don Javier ha sido la misma.
Y para siempre.
¡Felicidades, don Javier!
En fin.
DE AQUÍ, DE ALLÁ Y DE MÁS ALLÁ
DÉJEME DECIRLO: UNA MUY QUERIDA compañera y amiga de TRIBUNA RADIO, y particularmente del programa Contacto Ciudadano, RITA VERÓNICA QUINTERO, recién cumplió 30 años de trabajo radiofónico… 30 años como locutora, 30 años trabajando, de lunes a viernes, en TRIBUNA RADIO…
Once de esos treinta años, han sido como parte del equipo de Contacto Ciudadano, los mismos —o casi— que este modesto periodista lleva colaborando los martes y los viernes, casi una hora en cada programa…
Once años conviviendo a las carreritas con mis compañeros de cabina: con MARY VERDUGO ROSS, con GILBERTO LÓPEZ, a veces, con JOSÉ ÁNGEL TOVAR, con ANGÉLICA GUTIÉRREZ…
Once años…
Ahora que cumplió tres décadas de trabajo locutoril, Rita Verónica plasmó unas hermosas reflexiones sobre este largo periodo de su vida en la radio que, indiscutiblemente, también ha sido su hogar…
Hélas aquí: “Todos los días agradezco a Dios. Pero hoy especialmente tengo que agradecerle el don de mi voz que a través del sonido me permitir comunicar… Agradecerle, también, la lucidez para tener siempre la palabra justa, la satisfacción de transmitir alegría, consuelo, ánimo, esperanza, informar y entretener…
“Hoy agradezco a Dios, a mi empresa TRIBUNA RADIO, a mi sindicato Stirt, por estos 30 años de labor como comunicadora”…
Rita Verónica nunca ha laborado en otras empresas… Tribuna Radio es su microcosmo, la otra mitad de su vida, de su tiempo…
Yo le había prometido obsequiarle un libro del que ella ha escuchado muchos comentarios. Se titula ‘El caballero de la armadura oxidada’…
Lo había conservado desde que, hace 25 años el arquitecto ENRIQUE FLORES LÓPEZ, mi entrañable e inolvidable amigo, me lo regaló durante un desayuno en el restaurante del Hotel Gándara de Hermosillo… “Mi general —me dijo— tengo el presentimiento que esta literatura no le gusta a usted. Pero yo se la recomiendo. No se va a arrepentir, se lo prometo”…
A regañadientes lo leí —solo tiene 91 páginas— y juro por Dios que me llevé una agradabilísima sorpresa: esta novela, que de hecho es una lección de vida, en cada una de sus páginas, hizo que me avergonzara de haberle hecho mala cara cuando don Enrique me recomendó su lectura…
El martes anterior, mi hija Amaranta y yo nos pusimos a buscar ‘El caballero de la armadura oxidada’ y, otra vez, fue ella la que encontró la novelita… Me la puso sobre el escritorio y, antes de ponerme a escribir, la leí nuevamente, 25 años después, de un tirón… Para mi amiga y compañera, con afecto y gratitud por su amistad…
Es todo.
Le abrazo.