El término caliente como que se va ajustando a nuestra idiosincrasia de estado desértico, con una capital considerada, hoy por hoy, como la más caliente del mundo. Y también últimamente vemos con cierto temor que las balas y violencia están calentando demasiado a Sonora.
Cierto, parece que el origen de la violencia es una disputa entre grupos del crimen organizado que pelean el territorio sonorense.
¿Y las corporaciones policiacas?
Totalmente rebasadas.
Los jefes están obligados a convencer a la población que no tienen vela en el entierro.
Y también los responsables de mantener una seguridad aceptable.
El secretario de Seguridad Pública y la fiscal, en primer término.
La inseguridad es un problema que afecta todas las actividades, económicas, financieras y sociales. Pero lo más peligroso es que es un tremendo problema de gobernabilidad.
Por eso precisamente es que los funcionarios responsables están para responder a la gobernadora, Claudia Pavlovich, y a los sonorenses.
No, no queremos ver a Sonora como un viejo oeste en el que las discusiones se resuelven a balazos.
Queremos ver a un Sonora acoplado a la modernidad, aprovechando el comercio internacional, las ventajas de ser un pujante estado fronterizo, sobre todo ahora que se ha desactivado, momentáneamente, el problema de los aranceles.
Por eso el esfuerzo debe ser conjunto. Todos debemos empujar la carreta.
Pero primero las autoridades deben minimizar el problema de la violencia.
Es por el bien de todos.
No, no queremos ver a Sonora como el Monterrey de hace pocos años, cuando la violencia fue tal que se desató una migración considerable. Y las actividades económicas registraron una caída que puso a temblar a las autoridades. Casi nadie quería salir de sus casas. Eso no debe pasar en Sonora.
Y resulta que ahora nos enteramos que Hermosillo fue considerada como la ciudad más caliente del mundo, al alcanzar temperaturas de 47 grados centígrados a la sombra.
Un récord histórico para un 10 y 11 de junio.
Cuando las máximas temperaturas para un mes de junio eran de 43.5 grados centígrados.
A excepción del 3 de junio de 2014, cuando el termómetro marcó 49.5 grados, la antesala del infierno.
Ojalá que el infierno sea alimentado nada más por calor, no por balas.