Una de las posiciones que más han llamado mi atención estos últimos dos meses, planteada como imperativa por algunos comentaristas, es la que postula que todo análisis de la gobernación y el discurso de López debe tomar en cuenta, para que pudiere ser calificado como correcto y por lo tanto, objetivo, no únicamente los elementos negativos de ambos sino también, lo que hay de positivo en ellos.
Esa exigencia en favor de la objetividad pasa por alto, de entrada, la experiencia acumulada en decenas de países desde fines de los años sesenta del siglo pasado, en lo que se refiere a las condiciones ineludibles y fundamentales para que uno u otro país logre la modernización económica, la eliminación de los obstáculos estructurales que impiden o retrasan y encarecen la atracción de inversión sin importar su origen, con miras a crear los empleos formales que la estructura demográfica de ese país exige.
¿De qué serviría que este gobernante o aquél, llevare a cabo dos o tres cosas positivas las cuales, de inmediato, serían nulificadas por las decenas o centenas de decisiones contrarias a lo que debería ser —en los tiempos de la globalidad y las economías de mercado—, una gobernación responsable e inteligente?
El problema, finalmente, sería otro el cual estaría determinado, no tanto por el número de cosas positivas frente a las negativas sino por el peso que unas y otras tuvieren en la gobernación y el discurso del gobernante y el gobierno con miras, pienso, a modernizar las estructuras económicas y facilitar y estimular la inversión.
Más aún, diría, aunque fuere una verdad de Perogrullo, que no hay gobernante ni gobierno en país alguno que todo lo haga mal, o todo lo haga bien. El análisis pues, más que centrarse en cuantificar las cosas buenas y malas, el que lo realizare —de pretender y querer ser objetivo— debería ver las cosas desde su peso cualitativo. Dicho de otra manera, una gobernación y el discurso de un gobernante son definidos, no tanto por la cantidad de decisiones buenas o malas que toma sino por el impacto cualitativo de las mismas.
¿Acaso en los tiempos actuales habría alguien con al menos dos dedos de frente que, ante lo visto y padecido estos cinco meses del gobierno encabezado por López y su gabinete, se atrevería a concluir que, para llegar a un juicio objetivo sobre la gobernación de López sería obligado mencionar las dos o tres cosas positivas que seducen a unos cuantos analistas objetivos?
¿Acaso no les parecería suficiente, para emitir un juicio objetivo de la gobernación de aquél, las centenas de decisiones equívocas ancladas en el más acedo y caduco pasado —tanto en lo económico como lo político— del gobierno que hoy padecemos? Es más, ¿quién afirmaría que esas dos o tres decisiones que algunos analistas objetivos citan como único argumento para soportar su objetividad, superan en peso específico al de las centenas de ocurrencias y desatinos que caracterizan, sin duda alguna, al presente gobierno y por supuesto, al gobernante y a su gabinete?
Al revisar las reiteradas afirmaciones de aquellos acerca de la necesaria objetividad, ¿no estaremos ante el viejo y conocido recurso de querer quedar bien con el poderoso, pero sin perder la presencia e influencia de la cual gozan en el ejército de los políticamente correctos?
Lo más ridículo de la posición que insiste en rescatar y señalar las cosas positivasde López y su gobierno, es que no acaban de hacer la defensa de aquél por sus cosas positivas, cuando ya éste ha dado a conocer más ocurrencias y desatinos las cuales, cuando menos, vuelven inútil la defensa de los analistas objetivos.
Una conclusión a la que uno podría llegar —con lo visto y padecido de este gobierno y del gobernante que lo encabeza—, es que ya rebasamos el punto del no retorno pues López y los suyos han demostrado, a no dudarlo, una voluntad firme y clara que lo suyo es, no otra cosa que llevar cabo una gobernación cuyos elementos centrales que la definen, están anclados en el peor de los pasados.
En consecuencia, por más vueltas que le demos al asunto, la conclusión obligada sería, no otra que ésta: la debacle es ya inevitable. Por eso, de ser objetivos y no buscáremos quedar bien con el poderoso deberíamos alertar del peligro que ya se advierte: la debacle de la economía y la inestabilidad política.
Y a todo esto, ¿dónde están los empresarios, y qué dicen al respecto?
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