En sólo diez días los mexicanos -los de a pie, los que van en las camionetas, helicópteros, aviones y los pobres- tendremos un nuevo país.
Otro Tlatoani no descenderá desde los cielos, sino que será ascendido por nosotros a las nubes para que cumpla su papel.
Dentro del corazón de cada uno, y dejando a los historiadores la labor de reconstruir este tiempo, he de confesar que no recuerdo haber vivido una campaña en la que se haya producido mayor desconexión entre el pueblo y los políticos.
Esto de elegir un presidente es como el acto de matrimonio, uno necesita creer que esta vez saldrá bien.
Hay gente que no está dispuesta a creerlo pero siempre son minorías distintas y distantes. Lo que no había visto era este espectáculo tan fascinante de un puntero subido al caballo de la injusticia y la corrupción prometiendo -como si fuera un Tlatoani bordado por la propia mano de Dios en la túnica de Juan Diego- que simplemente porque él llegue todos seremos mejores. Y de golpe la impunidad y el dinero mal habido desaparecerá. Ojalá.
Si eso llega a pasar estoy dispuesto a convertirme a cualquier religión que instaure el puntero de las encuestas. Mientras tanto el análisis social me lleva a ser consciente de que he vivido algo que es imposible volver a vivir.
Si se pudiera escribir un tratado de las anti-campañas sin duda éste sería la mejor demostración de todo lo que no hay que hacer.
Un candidato ciudadano que en el punto de salida, después de obligar a su partido -al que no pertenece- a cambiar las reglas para poder presentarse se dirige inmediatamente a ellos diciendo en su primer acto “háganme suyo”.
A partir de ese momento la sociedad a la que estaba destinado, a la que tenía que convencer que era posible que de las entrañas del Estado saliera un político preparado que nos pudiera representar al margen de los partidos, se quedó estupefacta.
El otro, al que el mañana le pertenece, el que lleva desde las ideas hasta el pelo bien corto -no en el sentido de la profundidad, sino del ordenamiento- tenía por delante la capacidad de representar al otro país, de intentar polarizar y luchar contra el número uno de las encuestas, y que ofrece un modelo que obviamente no le gusta.
Además, gracias a su incompetencia y a la del candidato ciudadano, no ha tenido que explicar mucho, porque en el momento de salida él tenía por delante al que vencer y por detrás a quien ignorar.
En vez de ir por quien tenía que vencer y marcar las diferencias entre una oferta electoral y otra, se dio la vuelta y comenzó a pelearse con el número tres.
Y fuera de todo eso, el amado pueblo, harto de ser el ejemplo de la violencia y de la destrucción en cada lugar, ha decidido ser políticamente uno de los países más cínicos en la historia de sus campañas electorales.
Observe y no confunda los asesinatos del narco con los de los candidatos, que es el comportamiento electoral.
Díganme, si reviviera Marlowe o André Breton, si no volverían a escribir la cuna del surrealismo.