A la defensiva

¿Qué se necesitaría para que López Obrador deje su pelea diaria? ¿Para que cese de estar en modo de alerta? Es relevante la pregunta porque está más que estudiado a nivel mundial, desde hace décadas, que una persona —cual sea— cuyo estado permanente es encontrarse a la defensiva es incapaz de sentir empatía. Empatía, en este caso que nos ocupa, hacia los mexicanos. Esto es, le es imposible ver realmente las causas que lastiman a muchos grupos y se convence sobre las que él cree son los orígenes de los males. Lo que es más, una persona que está a la defensiva se vuelve un narciso.

En ese sentido habrá quien diga —y estará en lo cierto— que AMLO sí es capaz de sentir algo de empatía. Mas, ¿de qué sirve cuando solo lo es hacia un puñado de causas cercanas a sus fobias? ¿Inexistente cuando se trata de otros asuntos como son las madres buscadoras, los niños enfermos de cáncer, las mujeres…?

‘Origen es destino’, reza el refrán. Pues bien, López Obrador no es la excepción.

Pero antes de entrar a analizar el historial del presidente, permítanme explicarles otra cosa.

El estado de alerta

Por razones biológicas, el ser humano vive constantemente en estado de alerta. Existen diversas respuestas fisiológicas al cómo encaramos el peligro y/o los estreses de la vida diaria. Dentro del lenguaje terapéutico se consideran cuatro básicas. En inglés se conocen como “Fight, Flight, Freeze, Fawn”. O las “4F”, que traducidas al español -y en particular al obradorismo- son pelear, huir, congelarse, adular (o las cuatrotés).

Son las reacciones corporales ante eventos de estrés, miedo o peligro. Estas respuestas nacen en el sistema simpático nervioso y son tan antiguas como el humano mismo; desde que se enfrentaba a animales salvajes.

El modo “pelea” es la respuesta agresiva a cualquier amenaza real o percibida; en el modo “huir”, el cuerpo responde con ganas de salir volando o de escapar (como cuando uno se entera de que está muy enfermo, se ha muerto un ser querido o algo similar). El congelarse es la nula habilidad de moverse y reaccionar (le sucede, por ejemplo, a algunas personas durante los terremotos); y la adulación, es recurrir a agradar a otros para evadir el peligro o el conflicto. Todas son respuestas biológicas y hasta cierto punto incontrolables, aunque se puede aprender a modularlas.

Hasta aquí la larga pero necesaria explicación.

Teniendo esto en mente, se nota de inmediato que López Obrador está en modo “pelea” casi todo el tiempo. En las mañaneras, con cada pregunta que no le agrada de un periodista, él revira… a la defensiva. Su constante polarizar, dividir, agredir, denostar, violar la ley, entrar en desacato es, sí, el modo defensa en acción.

Alguna veces aplica la huida, como cuando ocurren eventos trágicos; inundaciones, explosiones. Nunca se presentará en tragedias, AMLO pone tierra de por medio. O se encierra en Palacio, como cuando no quiere recibir a poetas, mujeres o una adversaria política…

Pocas veces se congela, y es que le es antinatural el no presentar pelea.

Ahora bien, la adulación tampoco es su fuerte, aunque sí se le ha llegado a ver como cuando saludó a la mamá de el “Señor Guzmán” o como cuando se dirige al resto de los miembros del Crimen Organizado con todo respeto y de “don”.

Su bagaje e historial

Si nos centramos en sus mañaneras, se puede decir que él se enfrenta a una pelea diaria —consciente e inconscientemente—. Tiene que probar su valía, justificar su razón de ser, resarcir agravios —reales e inventados—, cobrarse injusticias —también ya sea reales o inventadas—.

Pero vamos al origen de todo esto; la razón que explica esta actitud:

AMLO fue activista político y sigue desempeñando esa actitud. El activista político que —justificadamente o no— enfrentó al sistema en Tabasco. El que años después, en la Ciudad de México, enfrentó un posible desafuero. Luego el que perdió en las elecciones del 2006, lo cual jamás pudo reconocer. Todos estos y muchos más episodios que formaron y hasta nuestros días disparan su modo ‘a la defensiva’.

Evidentemente no estoy discutiendo si él tenía razón o no. Solo describo su forma de salir adelante de los mismos, y que el hacerles frente fue pelear. Así incendió los pozos petroleros, así enfrentó el posible desafuero. Lo mismo los resultados de los comicios hace 17 años; negó su derrota y mostró su enojo. Dio la pelea.

Es contagioso

¿Y quién no ha sentido en carne propia agravios (o lo que uno percibe como agravios)? Por eso tanta gente se relaciona, se identifica con López Obrador (llegaré a eso más adelante).

Dieciocho años de campaña hasta lograr su objetivo. 33 años de enojo, de lucha, de pelea, que no ha sabido/aprendido dejar de lado para gobernar.

En el 2018 tuvo la oportunidad de volverse el unificador de un país lastimado por los agravios, pero no se enseñó a sí mismo (y nadie más lo apoyó psicológicamente) para dejar atrás la pelea.

El inquilino de Palacio Nacional vive todos sus días sintiéndose amenazado; cada crítica la magnifica. No en balde se dice el presidente más atacado en la historia moderna de México.

Y sus seguidores se sienten agraviados y actúan a la defensiva junto con él.

El problema de fondo de todo esto es que AMLO no es cualquier persona. Se trata del presidente de la nación y por lo mismo genera un efecto corruptor.

¿A qué me refiero? Que está probado que la falta de empatía puede ser contagiosa socialmente hablando. Y López Obrador disemina su absoluta falta de empatía en contra de todos (salvo un muy pequeño —realmente muy pequeño— grupo de allegados).

También su modo ‘pelea’ se contagia. El mandatario alimenta la psicosis social.

Lo que antes hubiera sido suficiente…

… ya no basta ahora. Quizá un simple ‘usted disculpe’ hubiese hecho la diferencia.

El problema con el estar en modo de alerta y responder constantemente utilizando la “opción” de la defensa es que los agravios —de nuevo, reales o inventados— y el costo del resarcimiento va incrementándose a medida que pasan los años. Lo que antes hubiera sido suficiente para detener esa muy negativa práctica de dar la pelea ya dejó de serlo.

¿Qué se necesitaría para que López Obrador deje de estar a la defensiva (y por ende que pueda nacer en él la empatía? Tristemente ya nada. Es muy tarde y nada es suficiente. Ya podría Dios rendirle pleitesía, que no le bastaría a Andrés Manuel.

Si sus “villanos” consentidos fueran a pedirle perdón (Fox por su intento de meterlo al bote, Calderón por haberle robado en el 2006, Claudio X. González por no haberlo apoyado en el 2006, Enrique Krauze por haberle puesto el mote de “Mesías Tropical”), de poco o nada serviría.

Hay un ejemplo reciente: Ciro Gómez Leyva pidiéndole disculpas por haber enseñado unas encuestas incorrectas hace ya más de 17 años. Poco importa pues López Obrador está tan ciclado a la defensiva que no sabe dejar atrás. No sabe y no desea perdonar.

Estás conmigo o contra mí

Se encuentra tan viciado de origen que no sabe “abrazar” otras causas de manera empática que no sean las que él conoce, en las que él estuvo involucrado en algún momento o las que él encabezó.

Narciso por definición, peleonero por sus antecedentes, falto de empatía como consecuencia.

Años de considerarse víctima y no poderlo superar. Convencido de que que todos (o casi todos) están en contra de él. El primero en marcar un “nosotros o ellos”, divisorio político de estos tiempos.

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